El viernes 14 tomamos unos mates, dejamos nuestra habitación en Nápoli y nos tomamos el tren a Pompei. Hasta ahora, el único lugar que yo no conocía. Durante el viaje vimos varias localidades con playas, un mar azul hermoso (el Tirreno), hasta llegar a Pompei (Pompeya). Bajamos y como siempre dimos mil vueltas hasta encontrar la casa que había contratado vía Booking. Llegamos, y nos envolvió el perfume de la albahaca y de los árboles frutales. Amé ese lugar en ese preciso instante. Enseguida apareció una señora, una nonna que nos recibió y nos condujo al departamentito, un ambiente re lindo, una cocina impecable, un entrepiso donde estaba la habitación, y un patio digamos privado con mesa y sillas para tomar el mate. Le dije a la nonna que el árbol de ciruelas amarillas me recordaba al que tenía mi abuela, y que yo amaba. Al rato me trajo un recipiente con algunas ciruelas amarillas. Lo conté en fb y una amiga me dijo que esas ciruelas se llamaban Claudia. Yo no lo sabía!
Descargamos las cosas y nos fuimos para las ruinas.
Anduvimos todo el día recorriendo. El lugar es conmovedor, cuando entendés que la vida habitual de una villa napolitana del año 79, un día cualquiera, quedó detenida en el tiempo luego de la erupción del volcán Vesubio, que está ahí, presente, lejano pero no tanto. Ves casas, frescos en las paredes, y sobre todo, ves personas. A mí me conmovió especialmente una muchacha recostada con su rostro apoyado en su mano en un gesto que puede ser de espanto o de intento de protegerse.
Es distinto a cualquier otra cosa que haya visto. Es como si la vida, detenida en un instante, estuviera presente allí, en medio de esas ruinas.
A la vuelta encontramos un supermercado, compramos cositas para cocinar y cenamos pasta con tono, basílico y pomodoro (atún, albahaca y tomate)
Fue un día maravilloso.
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