viernes, 29 de agosto de 2014

UNA MAÑANA EN EL CUSAM, UN RECUERDO

Vengo de aquí. Interesantísima jornada de discusión sobre nuestras investigaciones. 




Al llegar, alguien me pregunta: "¿No se acuerda de mí?" Recuerdo su cara levemente, pero no de dónde. Me dice: "Yo era compañero de César Gómez. Yo soy S." Y, entonces, recuerdo:


e) Muerte en el pabellón

Las requisas no suceden solamente en el pabellón E. También se producen en el D:

37: Cuando entra la requisa saca la masilla de los lavatorios, y después pierde agua y se inundan las celdas. Pegan palazos a las camas y las mesas, y hacen saltar la pintura. A veces nos hacen correr a todos con las manos detrás de la espalda, mientras revisan el pabellón.

En el B:

11: La requisa es muy violenta, entran dando palazos, tiran todo al piso.

E inclusive en el pabellón C:

12: La requisa es muy violenta, supongo que es porque la hacen los del módulo III, no los de este módulo, y no nos conocen, por eso son tan brutales. El día de mi cumpleaños entraron y me pegaron un palazo en el pecho y otro en la cabeza.

En ocasiones, el personal persigue a sus víctimas por varios pabellones:
45: Entró la requisa en el pabellón F, donde yo estaba sancionado. Me preguntaron mis datos y cuando dije mi nombre me pegaron un puñetazo, después me pegaron entre varios, me tiraron al piso y me esposaron, y así esposado me pegaron un palazo en la frente. Me decían: “Acá mandamos nosotros, tenés que aprender a obedecer”. Antes, mientras estaba en el pabellón D, me pegaron, la misma guardia, a la noche, dos integrantes del cuerpo de requisa junto al inspector del módulo, que decía: “Este tiene una hernia, ya saben donde pegarle.”

Sin embargo, la brutalidad encuentra en el pabellón E el lugar para expresarse con mayor virulencia. A continuación se verá como los hechos se desencadenan con un final tan previsible como inevitable.
En una comunicación fechada el 2 de octubre de 2003, y dirigida al Secretario de Justicia y Asuntos Penitenciarios, el entonces Director Nacional del Servicio Penitenciario Federal, Inspector General Pedro Acevedo respondía lo siguiente ante los reclamos efectuados por la Procuración Penitenciaria en torno a la brutalidad de las requisas, entre otros temas que afectaban a los jóvenes adultos del Módulo IV del CPF I:

... la División Seguridad Interna entre otras cosas informa que se profundizarán las medidas de supervisión implementadas, como así también, se generarán nuevos mecanismos y/o controles (por ejemplo recibir en audiencia a los internos que deseen manifestar acerca de la requisa, mayor contacto con las autoridades del módulo a fin de armonizar actividades, presencia personal de las citadas autoridades durante los procedimientos, etc.) que permitan evitar los eventuales excesos que se describen en el informe de referencia 1 (la bastardilla me pertenece)

El 8 de octubre de 2003, en el marco de una visita regular al pabellón E, los jóvenes expresaron reclamos referidos a las pésimas condiciones ambientales, mala comida, nula atención médica y pocas actividades ya reseñados, pero sin embargo coincidieron en resaltar lo tranquilas que estaban siendo las requisas, y la vida en general en el pabellón:

43: Hoy hubo requisa, y salvo que le mancharon con lavandina el pantalón a un chico, no pasó nada. No hubo maltrato ni violencia.
136: No hay luz en las celdas, tenemos un solo teléfono. Sobre las requisas no hay quejas.
215: El pabellón está tranquilo. No salen pibes lastimados.

Veinte días después, el 28 de octubre, en medio de una requisa brutal, César Abel Gómez, 18 años, procesado, recibió un golpe que terminó con su vida. Al día siguiente, mientras agonizaba en un hospital público, dos asesores legales de la Procuración Penitenciaria2 ingresaron al pabellón E, luego de vencer la resistencia de las autoridades del módulo. Los argumentos para oponerse al ingreso se basaban en el mal clima que imperaba en el pabellón. Sin embargo, cuando finalmente se logró ingresar, la visión de decenas de jóvenes heridos, rastros de sangre en pisos y escaleras y huellas de disparos en las paredes explicó con mayor claridad los motivos para la negativa de las autoridades responsables.
Describir lo sucedido tiene sentido porque revela de qué modo se crean conflictos artificialmente, en medio de una tranquilidad también artificiosa, y cómo esos conflictos desembocan en tragedia. Todo comenzó el sábado 25 de octubre. Con el supuesto objetivo de legalizar los combates entre presos, el director del módulo había acordado con ellos que, en caso de enfrentarse, lo hicieran de modo visible, en el patio, no dentro de las celdas, y que al finalizar el combate entregaran las armas al celador. Este acuerdo puede parecer increíble, pero el mismo día que César Gómez moría en un hospital público, cuarenta y cuatro de sus compañeros, entrevistados a solas dentro de cada una de sus celdas, coincidían en sus relatos ante los abogados de la Procuración Penitenciaria.

232: El Director había dicho que si peleaban con fierros, que después los entregaran y que nadie iba a salir sancionado.
233: El Director había pedido que las peleas sean legales, en el patio, con los fierros, y que una vez que terminen, se entreguen los fierros. Así fue el sábado, terminó la pelea y se pasaron los fierros.
240: El Director había pedido peleas legales. Nosotros cumplimos y ellos no.

En efecto: cumpliendo este particular acuerdo, el sábado se enfrentaron dos jóvenes. Importa explicar los motivos de la pelea, provocada por el encargado del pabellón. Éste, al momento de asignar una celda codiciada por su ubicación, decidió dársela primero a un joven, y luego a otro, de distinto rancho.3

154: No hay problemas entre los ranchos. El problema fue por la celda 27. El encargado se la dio a dos pibes, y se pelearon por eso.
228: El conflicto lo originó la misma policía, porque los dos chicos que se pelearon pidieron la misma celda, y el encargado se las dio a los dos, y entonces se pelearon por la celda 27.

La pelea legal derivó en uno de los contendientes internado en un hospital, por un puntazo en el pecho. A continuación, ingresó por primera vez el cuerpo de requisa, el mismo día sábado, utilizando un nivel de violencia normal:

101: El sábado nos pegaron pero no tanto. Nos decían que si volvía a haber peleas, nos iban a agarrar a nueve, y nos iban a pegar hasta matarnos.
157: El sábado se pelearon dos pibes en el patio, ingresó la requisa y no pasó nada grave.
233: El sábado, cuando terminó la pelea, se pasaron los fierros. Después ingresó la requisa y les pegó a algunos.

El domingo 26 se repitió el ingreso de la requisa. Era día de visita:

101: El domingo sacaron a varios a los golpes. Los veía la visita que estaba esperando.
157: El domingo, después de la visita masculina, ingresó la requisa a los palazos. Me llevaron sancionado, a los palazos, las mujeres que estaban esperando para la visita íntima veían todo. Me decían: “Vas sancionado por bocón”. En la leonera me pusieron con otros más acostados en el piso. Cuando nos paramos nos dijeron que nos acostáramos de nuevo. Nos llevaron al pabellón F. Un jefe de turno nos amenazó diciendo que nos iba a sacar de a cinco, y nos iba a hacer moler a palos por la requisa. Yo no quise ir al Hospital para que no me vuelvan a pegar, pero tengo la mano muy hinchada. A los chicos más golpeados les quisieron hacer firmar un acta de lesión con fecha 27/10/03, yo no la firmé porque me habían lastimado antes, pero todos los demás sí las firmaron.
222: El domingo 26 les pegaron a los chicos, y los familiares veían cómo les pegaban a sus hijos. A mí me están pegando desde que me detuvieron. En la Comisaría 34, el viernes. En tránsito del CPF I, cuando llegué el domingo a la madrugada. Y después, cuando ingresé al módulo IV, también me pegaron.
232: El domingo entró la requisa, y les pegó a algunos, y les dijo que si pasaba algo, iban a venir de nuevo y les iban a romper los huesos.
233: El domingo 26 sacaron a L. golpeándolo, esposado, con otros chicos más. Nos amenazaron, y dijeron que si había algún problema, aparecería alguno colgado, y que iba a haber palazos.
240: El domingo la requisa ingresó a algunas celdas, incluida la mía, y nos pegó. Nos amenazaron con que, si decíamos algo, o pasaba algo el domingo a la tarde, nos iban a romper los huesos, nos iban a matar.

El lunes transcurre en calma. Pero en la mañana del martes 28 vuelve a ingresar el cuerpo de requisa:

101: El martes 28 vino la requisa a la mañana, y según ellos se llevaron facas. Se ordenó, se limpió, quedó bien el pabellón.

Sin embargo, poco después, llegó el Director. Y se desencadenó la represión. Como ya se dijo, en el pabellón E los beneficios son pocos. Uno de ellos, ganado después de varios meses sin que se produjeran problemas graves, era irse a las celdas a las 22, y los domingos a las 24, después de ver un programa significativo para los jóvenes como es Fútbol de Primera. Lo que sucedió ese martes 28 fue que el director comunicó que, a partir de la fecha, se cortaban los beneficios:

101: Vino el director, se empezaron a hacer planteos sobre el maltrato a los familiares: que los obligan a hacer flexiones, a agacharse, y él dijo que no podía hacer nada, porque era un tema de la requisa, que él no lo manejaba. Y nos cortó los beneficios.
154: El director vino y dijo que nos cortaba el horario.
221: Vino el director y dijo que nos encerraban a las 7, sin motivo, y se pudrió todo. Nos mataron por nada.
223: Causó mucha irritación la decisión de cortar los beneficios.
233: Cuando el director nos informó que nos iban a encerrar a las 7, se produjo la reacción nuestra. Hay cuatro ranchos, pero no hay problemas graves entre nosotros.
234: El problema es que vino el director y dijo que se entraba a las 7, y no salíamos más.
238: El director vino a alterar al pabellón, al cortar el beneficio. Veníamos limpiando, haciendo las cosas bien.
240: Con el director se tensionó todo el pabellón.
241: Nos cortaron los beneficios y nosotros estábamos haciendo las cosas bien. A los chicos fajineros los amenazaban diciéndoles que les iba a pasar lo mismo que a Lucas Carrizo.
242: Vino el director, nosotros le dijimos que la requisa maltrataba a las familias, y que nos pegaba a nosotros, y él dijo que no tenía nada que ver, que la requisa no dependía de él. Nosotros le paramos un bondi anterior, y él nos dio una puñalada por la espalda.

Los jóvenes comunican su decisión de resistir. Anuncian que no se van a engomar a las 19, porque no lo consideran justo. Llaman a sus familiares y a la Procuración Penitenciaria. Intuyen lo que les espera, y lo que intuyen se desencadena a partir de las cuatro de la tarde. Es decir, al mismo tiempo que funcionarios de la Secretaría de Justicia y de la Procuración Penitenciaria se comunicaban telefónicamente con el director principal del CPF I, preocupados por la posibilidad de que se produjera una represión violenta y : tres horas antes de que cumplieran su decisión de no ingresar a las celdas. Lo que allí sucedió solo es posible dentro de la cárcel. Frente a una manifestación callejera, o la toma de un edificio público, se negocia, se envían mediadores, se espera –dos, tres días, semanas si es necesario- hasta que los ocupantes acepten irse. Si se decide desalojar, se requiere una orden judicial, de la que puede controlarse su legalidad, la oportunidad, los límites que fija. Casi siempre, hay medios periodísticos presentes. Si se produce un uso desmedido de la fuerza por parte de las fuerzas policiales o de seguridad, existen fotos, cámaras, filmaciones. En el lugar de los hechos se hacen presentes dirigentes sociales, gremiales, políticos.
En el pabellón E, tres horas antes de que se cumpliera el horario en que los jóvenes debían reintegrarse a sus celdas, y sin control alguno, pasó lo siguiente:

101: A las 4, aproximadamente, se escucharon tiros de Itaka, y gritos. A mí me decían: “¿Vos sos D.?” Contestaba que sí, y me pegaban un palazo. “¿Vos tenés una pena de veinte años?” “Sí”, y otro palazo. Me preguntaban: “¿Te duele el dedito?”, y cuando contestaba me daban otro palazo. Me decían: “Llorá, cobarde”. Me pisaban la cabeza y me escupían. Nos decían: “Tanto que estuvieron boqueando que no se iban a engomar, y no aguantaron ni un minuto.” Se escuchaban gritos de dolor, de dolor en serio. Cuando estaba por bajar me levantan de los brazos, que los tenía en la espalda, y me empujaron, salí rodando por la escalera, menos mal que me puse de costado, sino me rompía la cara. Desde las seis hasta las nueve estuvimos en el patio, boca abajo, las manos atrás, mirando el piso, con las piernas cruzadas. En el patio nos siguieron pegando. Los médicos estaban presentes cuando nos hacían levantar a los golpes y a los gritos. El celador vio cuando me tiraron por la escalera. El director y el jefe de turno veían todo desde la pecera.

Continúan relatos que podrían figurar en el Nunca Más, como figuran los siguientes:
Fui trasladada a la Penitenciaría provincial, donde un médico me revisó superficialmente. A pesar de mi ruego, todas las heridas y mi deterioro general, hizo un informe mentiroso y me dio aspirinas ‘para pasar el mal trago, olvidarme de todo y mirar hacia el futuro’. Esos meses de permanencia en la Penitenciaría fueron duros, aislados, con régimen militar, amenazas periódicas de fusilamientos, interrogatorios con vendas puestas en los ojos y, en numerosos casos, torturas físicas.4
El 24 de julio de 1976 asumió como Director de la Cárcel el Comisario José Naman García, y de inmediato nos dieron una golpiza que se hizo extensiva a los presos comunes. Consistió en sacarnos en grupos de 20 al patio, donde nos hicieron desnudar y pretendieron hacernos gritar ‘vivas’ al Proceso. Todo esto acompañado con golpes de palos, trompadas y puntapiés, incluidas amenazas de muerte. Los que nos golpeaban eran personal del Ejército y del Servicio Penitenciario.5

Pero cuentan hechos que sucedieron en octubre de 2003, en el Pabellón E del Módulo IV de jóvenes adultos:

217: Nos pegaban brutalmente. Yo tenía una herida anterior en los ligamentos y me pegaban especialmente en esa pierna. Pedía que no me peguen en la espalda, porque tengo asma, y me daban palazos. Ellos crearon esto.
220: Los médicos veían cómo nos pegaban mientras estábamos en el piso.
222: La requisa entró a los tiros. En el patio, nos pisaban y nos pegaban palazos en las piernas.
225: Yo me estaba bañando en las duchas, entró la requisa golpeando. No me puedo ni mover. Me dieron palazos en la espalda, y perdigonadas en las piernas. Reprimieron sin razón.
227: Yo estaba en la celda. Empezaron a tirar tiros adentro de la celda, pegaban palazos. Sentí mucho miedo. Entran gritando, tirando tiros, pegando en las mesas, provocando terror.
228: Nos tuvieron un montón de tiempo en el patio haciendo viborita. Nos contaban varias veces y se equivocaban a propósito para pegarnos de nuevo.
230: El martes yo estaba en mi celda, no me sentía bien. Me estaba atendiendo el Emi (así llamaban sus amigos a César Abel Gómez, n. de la a.) Eran más o menos las 4. De pronto empecé a escuchar tiros, gritos, entraba la requisa, nos hizo tirar al piso. Yo tengo varios disparos en el cuerpo, nos pegaban con palos de madera y con las itakas. Estuvimos tirados en el patio toda la noche. Era la requisa del módulo IV y de otros módulos. Unos treinta en total.
234: Vinieron tirando tiros. Nos decían: “Somos diez y ustedes son un montón”, pero ellos entraron a los tiros. Eran de antimotines y de requisa, éstos eran los que más pegaban. Con itakas, palos, cascos, escudos. Algunos estaban encapuchados. Nos ordenaban: “Mirá al piso”, y después nos molían a patadas.
239: El domingo me habían sacado el hombro de lugar dos de la requisa. Me llevaron al hospital. El martes, cuando volvía de Rayos, me pegaron de nuevo y me sacaron otra vez el hombro de lugar. Me volaron dos dientes, y me hicieron firmar un acta diciendo que el hombro me lo había sacado jugando al fútbol. Me amenazaban con que si no firmaba el acta, no me llevaban al hospital, ni me arreglaban los dientes.6

César Abel Gómez falleció un día después. Así se lo contó un compañero a su madre, en una carta:7

Hola mamá quería decirte que esta todo bien ahora estoy en el Pabellón F por una gilada bueno mamá el lunes me llevaron al E, estoy cumpliendo sanción. Te voy a contar como pasó todo bueno el sábado se pelio el P. con un pibe bueno fueron sancionados y después bino la requisa bueno no(s) pegaron un rato y se fuero(n) después vinieron el domingo despues que se fue pedro debuelta lo mismo bueno ay me sanciona(n) y volví el lunes estaba todo tranquilo el marte a las 16.00 de la tarde vino el directo(r) a decirno que se lo sacaba el venefio (beneficio) de el recreo de que era de las 8 hasta las 22.00 bueno y después los pibes se enojaron y empeso todo a preparar colchones en la puerta para que no pase la policia eran las 17 bino la policia y empezo a los tiros y los palaso y se prendieron fuego los colchones y los pibes corrian de un lado para el otro bueno yo y otros pibes corrimos para las duchas y otros pibes corrian por las escaleras pero cobramos igual yo la saque varata comparados a los demás pibes bueno al otro día los enteramo que emi8 estaba en coma y a la noche nos digieron que avia muerto.
PD. Bueno mami a pesar de todo estoy bien. se calmó todo por ahora mami decile a L. que se porte bien y que te cuide a voz sabe te quiero mucho no te preocupes.

La percepción del autor de la carta era real, no solo un intento de tranquilizar a su madre. Después de la barbarie y la muerte, el pabellón recuperó la calma. El 4 de diciembre, los mismos jóvenes decían:

157: Las cosas están tranquilas. Volvimos a reintegrarnos a las 10.
223: No tengo reclamos. El pabellón está tranquilo.
233: Las cosas están tranquilas.

Sin embargo, en el pabellón E, la tranquilidad no dura. El 18 de diciembre de 2003, otra vez por un motivo prefabricado -una visita especial prometida a dos hermanos, y negada el mismo día en que los jóvenes la estaban esperando- se produjo una protesta pacífica, ya que lo único que solicitaban era ser atendidos por las autoridades del módulo, la que fue reprimida con gases lacrimógenos, disparos y golpes.9
Como se vio, en los momentos previos a los ingresos brutales del cuerpo de requisa, la percepción de los jóvenes es que “las cosas están tranquilas”. La idea de tranquilidad está directamente asociada a la de la normalidad. Es éste un concepto que supone varias interpretaciones dentro del espacio carcelario. Las Reglas Mínimas para el Tratamiento de los Reclusos, recogen una de ellas:

Regla 60: El régimen del establecimiento debe tratar de reducir las diferencias que puedan existir entre la vida en prisión y la vida libre en cuanto éstas contribuyan a debilitar el sentido de responsabilidad del recluso o el respeto a la dignidad de su persona.

Este precepto se reconoce como “principio de normalidad”,10 e implica que la vida de los presos, los contactos con el exterior y sus posibilidades de desarrollo personal no deberían limitarse más que lo estrictamente necesario, y que cada una de las acciones que se efectúan dentro de la cárcel deben estar orientadas a facilitar su vuelta a la sociedad. Este principio, en lo que a la libertad de los presos se refiere, supone también que la excesiva reglamentación de la vida dentro de la prisión impide que se desarrolle la iniciativa personal y el principio de autonomía, que constituyen la base para que un sujeto desarrolle su personalidad, aún en las particulares condiciones del encierro.
Es obvio que el principio de normalidad, como se acaba de describir, resulta favorable al respeto de los derechos de los presos. Pero podría entenderse también que la normalidad que rige al interior de los pabellones, en este caso el E, y en particular la normalidad después de la violencia y la muerte, remiten precisamente a la aceptación de la violencia y la muerte como algo normal, que sucede afuera con la misma asiduidad y certeza con que sucede adentro.
Cuando se produce una muerte, o una requisa particularmente brutal, es posible que se genere alguna consecuencia –judicial, administrativa, periodística-. Sin embargo, lo cotidiano de la(s) violencia(s) resulta aceptado por las víctimas, precisamente porque esa cotidianeidad termina por naturalizar y tornar aceptable lo que debería ser escandaloso.
En la madrugada del sábado 14 de setiembre de 2002, unos quince integrantes de la Policía Federal dirigida por el hoy procesado comisario Roberto Giacomino, en cuatro patrulleros, incluyendo un móvil que cumplía funciones de prevención contratado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, detuvieron ilegalmente a tres jóvenes pobres de 19, 18 y 14 años que buscaban un remís, les pegaron, les robaron sus pocos pesos, y los tiraron al Riachuelo, al grito de “Nadá, nadá”. Dos tuvieron la fortuna de salir. Ezequiel Demonty quedó en el fondo del agua podrida, y murió ahogado. Su nombre, junto a los de Omar Carrasco, José Luis Cabezas, María Soledad Morales, Walter Bulacio y tantísimos otros, se transformó en un emblema adoptado por familiares, barriadas, colegios, equipos de fútbol, grupos musicales. A partir de cada una de esas muertes se produjeron cambios profundos. Se terminó con el Servicio Militar Obligatorio, con el poder de un empresario oscuro y enigmático, con una dinastía provincial de tipo feudal, con los edictos policiales…
La pregunta es acerca del porqué esas vidas debieron ofrendarse en un sacrificio gratuito, para que recién entonces la sociedad considerara necesario hacer determinados cambios, o controlar el accionar de sus fuerzas armadas y de seguridad. Descubren, las instituciones y la comunidad en conjunto, que no hay un solo Omar Carrasco, o Ezequiel Demonty, pero después de sus muertes. Cientos de jóvenes fueron humillados, golpeados o asesinados durante la vigencia del Servicio Militar Obligatorio, y poco después de la muerte de Demonty, brotaron testimonios acerca de la costumbre de la Federal de tirar jóvenes al Riachuelo, a modo de diversión, venganza o escarmiento. En uno y otro caso, nuevamente se escucha a funcionarios públicos aclarar que los responsables son manzanas podridas, casos aislados, enfermos mentales, que tanto mal le hacen a la institución, mayoritariamente conformada por individuos nobles y respetuosos de la ley. Giacomino fue echado por corrupto, no por conducir una fuerza que asesina muchachos tirándolos al río.
Sin embargo –y el caso de Ezequiel Demonty es transparente en este sentido-, cada una de las vejaciones producidas por miembros de los cuerpos de seguridad requiere necesariamente de la complicidad de compañeros, superiores e inferiores de quien los comete. Y de cada uno de los que los conocen y callan. En cuanto a las víctimas y sus familias y amigos, lo que impera es el terror a denunciar, porque conocen que la impunidad reina, y que las represalias pueden ser brutales. Abundan los testimonios acerca de los escuadrones de la muerte que operan hace años en el Conurbano, pero fue necesario que murieran decenas de chicos en extraños procedimientos, para que se iniciara una investigación más o menos seria, aunque las muertes se siguen produciendo. Los apremios ilegales y las torturas en las cárceles provinciales y federales son cotidianos, pero según un informe de la Procuración General de la Nación,11 de mil trescientos cincuenta denuncias presentadas en el año 2000 y el primer semestre de 2001 en los Juzgados de Instrucción de la Capital Federal, por apremios ilegales y privaciones ilegales de la libertad, solo hubo una condena.
Del mismo modo que las flexiones hasta el desfallecimiento en el Servicio Militar, los chapuzones en el Riachuelo, o los ingresos a patadas en las casas de cartón; los golpes y el maltrato en los lugares de detención se terminan aceptando, normalizándolos. Un joven, al que se le explicaban sus derechos, ejemplificando con un “nadie puede pegarte, ni tratarte mal”, respondía, como si de un hecho de la naturaleza se tratara: “Ah, bueno, pero, acá te pegan todo el tiempo”. Un momento antes, se le había preguntado si tenía algún reclamo que hacer, y había dicho que no. Es decir, además de que cotidianamente le pegan, lo maltratan y lo humillan, no le parece que tenga que reclamar nada.12

67: Nos pegan golpes, palazos. En el último bondi13, al otro día aparecimos todos doblados en las celdas, un par tenía perdigones en las piernas. ¿Malos tratos verbales? Eso sí, siempre.14

Evidentemente, esta normalidad no lo es solo para las víctimas, sino también para los que aplican la violencia:

Existen múltiples lecturas de la violencia de las burocracias penales. Es considerada, en algunos análisis, como un resultado de la imperfección de las leyes penales que la propician o la toleran; otros la toman como un producto del funcionamiento defectuoso de las agencias del sistema penal en tanto burocracias; finalmente, otros más la ven como una derivación de la perversidad individual de algunos de sus agentes. Desde nuestra perspectiva, antes que todo eso, la violencia institucional debe ser analizada como un elemento que forma parte de las pautas culturales del mundo penal, que no resulta ni ajena ni extraña a sus agentes, que forma parte de su lógica de acción, y que estructura muchas de las prácticas de las agencias del sistema penal. En una palabra, en las burocracias penales ciertas formas violentas de intervención forman parte del orden natural de las cosas.15

Precisamente, esas pautas culturales del mundo penal se expresan en la cárcel en toda su brutal intensidad, facilitadas por el espíritu corporativo y la opacidad de las instituciones de encierro.
Theodor Adorno ha desarrollado algunos principios en torno a lo que él define como la primera obligación de cualquier proyecto educativo: “la exigencia de que Auschwitz no se repita”.16 Para ello, dice, es necesario tener en cuenta que los protagonistas de la sociedad, son “hoy los mismos que hace veinticinco años”.17 En la Argentina, el texto de Adorno ha sido resignificado, sustituyendo “Auschwitz” por “ESMA”,18 porque de lo que se trata es de que el horror, el estado de excepción del campo, no se repita. Y, respecto a las burocracias penitenciarias, los que hoy conducen el Servicio Penitenciario Federal, y el resto de los servicios penitenciarios, parafraseando a Adorno, son los mismos: los cadetes y suboficiales de hace veinticinco, treinta años, son los alcaides, alcaides mayores, subprefectos, prefectos e inspectores que conducen las cárceles, y a la institución en su conjunto. Considerando que la formación de un cuadro del SPF hasta llegar a los cargos de mayor jerarquía demanda unos veinticinco años desde el ingreso a la Escuela Penitenciaria, quienes hoy ostentan esos cargos, y cuyas edades oscilan entre las 45 y 55 años, fueron formados en la Escuela entre 1976 y 1980. Aún los que ingresaron a finales de la dictadura, siguieron recibiendo una educación militarizada. Un dato que lo certifica es que, mientras el Servicio Militar fue obligatorio, a quienes egresaban como cadetes con el grado de subadjutor de la Escuela Penitenciaria de la Nación “Doctor Juan José O´Connor”,19 se les exceptuaba de realizar el Servicio Militar, dándoselo por cumplido con “la capacitación militar” que allí se brindaba. Y que actualmente se sigue brindando.
Estos funcionarios, preparados de ese modo, son los que forman a los nuevos cadetes y suboficiales. Ellos han sido educados en dictadura, en la educación de la Esma, y poco se ha hecho en todos estos años para desterrar del SPF, como del resto de las instituciones militares, lo que Adorno denomina la “cultura del rigor”:

Recuerdo que, durante el juicio por los hechos de Auschwitz, el terrible Boger tuvo un arranque que culminó con un panegírico de la educación para la disciplina mediante el rigor. Este es necesario para producir el tipo de hombre que a él le parecía perfecto. El ideal pedagógico del rigor en que muchos pueden creer sin reflexionar sobre él es totalmente falso. (...) La ponderada dureza que debe lograr la educación significa, sencillamente, indiferencia al dolor. Al respecto, no se distingue demasiado entre dolor propio y ajeno. La persona dura consigo misma se arroga el derecho de ser dura también con los demás, y se venga en ellos del dolor cuyas emociones no puede manifestar, que debe reprimir. Ha llegado el momento de hacer consciente este mecanismo y de promover una educación que ya no premie como antes el dolor y la capacidad de soportar los dolores.20

Mucho se ha dicho acerca del espíritu de cuerpo que campea en las instituciones militares, o militarizadas. En épocas de dictadura, violar ese espíritu de cuerpo podía significar la tortura, la desaparición y la muerte:

En una de esas noches (en las que quemaban cuerpos de detenidos, n. de la a.) comenzaron a presionarme para que tomara parte más activa diciendo “Este está muy limpito...” También en una oportunidad en el curso de 1976, cinco policías aparecieron colgados en gancheras por negarse a colaborar. Era comentario general en la Jefatura que no habían sido muertos por la subversión como se había hecho público, sino por sus propios compañeros. En cuanto a los hermanos Voguel que trabajaban como Oficial y Suboficial de la Dirección de Investigaciones de la Policía de la Provincia de Buenos Aires aparecieron muertos. Nos dijeron que (uno) se había ahorcado en la celda de la Comisaría 4ª. y (que) el otro se suicidó tirándose del 3º piso de la Jefatura de Policía. Lo cierto es que habían sido acusados de haber colaborado con la subversión... Cuando quise solicitar la baja con algunos compañeros, apareció un suboficial que nos dijo: “No vayan a firmar la baja, aguántense adonde los manden, porque de civiles no doy ni cinco centavos por ustedes.”21

Mi esposo se desempeñaba como Oficial Inspector de la Policía Federal en el departamento de Asuntos Políticos de la Super-Intendencia de Seguridad Federal. Era un idealista dentro de la Policía, estaba en contra de la tortura y de todo lo que pudiera ser negociado o trampa. Su foja de servicios era impecable y a los 25 años ya era Inspector. Su único error consistió en brindar información a familiares sobre la desaparición de detenidos. Apenas transcurridos dos días desde la desaparición de Carlos María... la esposa de un Suboficial de Policía... me hizo saber que “no lo busque más porque ya lo mataron”22

Al poco tiempo de finalizar la dictadura, Elías Neuman manifestaba que “resulta tan objetable como sorprendente en la concepción penitenciaria de nuestros tiempos que una administración penitenciaria tenga carácter militar o paramilitar...”,23 haciendo notar que, pese a las promesas del gobierno democrático de desmantelar el aparato represivo, nada se había hecho en ese sentido con respecto a los servicios penitenciarios. Y se preguntaba:

¿Cómo comenzó todo esto? Es seguro que Juan José O’Connor, creador del penitenciarismo institucional en la Argentina, jamás lo hubiese pensado ni creído. En la década del cincuenta, más precisamente en 1952, 1953 y 1954, la entonces Dirección Nacional de Institutos Penales desfila los 9 de julio como un batallón más. No extraña entonces que se entronice en 1955 el (...) Estatuto Penitenciario y se cree, a la sombra de sus normas, una institución administrativa paramilitar con sus grados, uniformes, casinos de oficiales y suboficiales, armamentos y así en avance hasta llegar hoy a poseer aviones. Bajo el gobierno de facto del general Lanusse pasa a ser una institución de ‘seguridad social’ parangonable a la policía, y finalmente, durante el proceso militar, uno de los estamentos de la llamada lucha contra el terrorismo subversivo. Algunos de los campos de concentración –a partir del celebérrimo buque Granaderos- fueron custodiados por ellos. Se sabe que por entonces poseía un notable servicio de inteligencia que comenzó ocupándose de los llamados presos políticos, sus abogados y familiares, y terminó por abarcar a los presos sociales, a sus abogados y también a los familiares que los visitaban. La necesidad de subsistencia del Servicio de Inteligencia se extendió a los jueces de las distintas causas y, finalmente, a los propios funcionarios y guardiacárceles. Al institucionalizarse el país, se suprimió tal servicio pero el precedente quedó asentado.24

Los actuales jefes del penitenciarios no hicieron el Servicio Militar Obligatorio, pero recibieron formación militar. En sus escuelas, pese a la derogación del Servicio Militar para el resto de los ciudadanos, esa formación militar sigue brindándose, incluyendo todos sus rituales, los que se reproducen en cada cárcel: desfiles, uniformes, grados. Los horarios que rigen en los establecimientos penitenciarios comienzan con la “diana”. Y, en los métodos con los que resocializa a los jóvenes presos –que tienen la misma edad que los conscriptos obligados a someterse a rutinas humillantes-, se encuentran varias de esas prácticas. Las que les enseñaron, las que enseñan, y las que ejecutan en las personas de los jóvenes presos. Adorno, aunque con cierto pesimismo, formula su propuesta:

Walter Benjamin me preguntó cierta vez durante la emigración, cuando yo viajaba todavía esporádicamente a Alemania, si aún había allí suficientes esclavos de verdugo que ejecutasen lo que los nazis les ordenaban. Los había. Pero la pregunta tenía una justificación profunda. Benjamin percibía que los hombres que ejecutan, a diferencia de los asesinos de escritorio y de los ideólogos, actúan en contradicción con sus propios intereses inmediatos; son asesinos de sí mismos en el momento mismo en que asesinan a los otros. Temo que las medidas que pudiesen adoptarse en el campo de la educación, por amplias que fuesen, no impedirían que volviesen a surgir los asesinos de escritorio. Pero que haya hombres que, subordinados como esclavos, ejecuten lo que les mandan, con lo que perpetúan su propia esclavitud y pierden su propia dignidad... (...), es cosa que la educación y la ilustración pueden impedir en parte.25

1 En Nota 401/03 SJ y AP, 10/10/03, Procuración Penitenciaria, Expte. Nº 6402 Anexo.
2 La autora era uno de esos profesionales.
3 El rancho, que a veces se intenta equiparar con una banda peligrosa a la que es necesario desarmar, significa varias cosas a la vez: familia, ámbito de pertenencia, cuidado Y también, explotación de los más débiles, extorsiones, negociación con el personal penitenciario. Estas características pueden o no coexistir, y el predominio de unas sobre otras depende de muchos factores. Entre ellos, y muy significativamente, del tipo de liderazgo que ejerzan quienes conducen el rancho, de sus características personales, y de su formación y pertenencia previas al encierro.
4 Conadep, op. cit., Testimonio de Susana O., Legajo Nº 6891, pág. 212.
5 Conadep, Ibídem, Testimonio de Pedro Víctor Coria, Legajo Nº 6917, pág. 213.
6 Los relatos precedentes fueron la base para formular la denuncia penal efectuada por la Procuración Penitenciaria, ante el Juzgado Federal en lo Criminal y Correccional Nº 2, Secretaría Nº 4 de Lomas de Zamora. Juez: Dr. Ferreiro Pella, Secretario, Dr. Leal.
7 Entregada por la madre de C. a la autora, en Noviembre de 2003. En la trascripción se respetó la redacción original.
8 Se refiere a César Abel Gómez.
9 Lo que motivó la presentación de una nueva denuncia penal de la Procuración Penitenciaria, ante el Juzgado Federal en lo Criminal y Correccional Nº 2, Secretaria Nº 5, de Lomas de Zamora: A las 0.30 del 19 de diciembre, aproximadamente, se abrió la puerta lateral del pabellón, asomándose dos integrantes del cuerpo de requisa, quienes a continuación tiraron dos bombas de gas lacrimógeno. El que suscribe vio, en el piso, marcas de color negro, donde, según los testimonios, cayeron dichas bombas. (...) Acto seguido, ingresaron, simultáneamente por dos puertas, una al costado y otra al frente, unos treinta y cinco integrantes del cuerpo de requisa, disparando tiros y pegando palazos a los nueve jóvenes que se encontraban fuera de las celdas (...) También se llevaron, entre golpes, a dos jóvenes que estaban en sus celdas, pero que protestaron al ver como se estaba castigando a sus compañeros (...) Una vez que se habían llevado a los once jóvenes, el cuerpo de requisa volvió a ingresar al pabellón, hizo tirar a cada uno de los jóvenes al piso dentro de las celdas, gritando y golpeando las rejas con los palos, haciéndolos desnudar y apagando las luces.
Los jóvenes entrevistados entregaron un total de 31 (treinta y un) perdigones de goma, que recolectaron en distintos lugares del pabellón, producto de los disparos recibidos. Asimismo, pude constatar en forma personal, numerosas manchas de sangre en el piso y pared del nivel superior, en particular contra una celda, donde, según informaron los jóvenes, le habían golpeado la cabeza a una de las víctimas.”
10 Instituto Interamericano de Derechos Humanos, op .cit., pág. 31.
11 Virginia Messi, “Casi todas las denuncias penales por torturas terminan en la nada”, Clarín, 14 de enero de 2002.
12 En el marco de la Investigación realizada por la Procuración Penitenciaria y el Instituto de Investigaciones Gino Germani ya citada, una de las preguntas era “¿Te sometieron a malos tratos?” En muchas ocasiones, cuando explicitábamos a qué nos referíamos con “malos tratos”, los jóvenes encuestados se asombraban de que los insultos, humillaciones, y las requisas violentes, además de las palizas, estuvieran incluidos en la definición, con respuestas del tipo: “Ah, eso sí, todo el tiempo”, o “Eso sí, normalmente” Quedó claro, para los investigadores que, si no se hubiera hecho esa aclaración, las respuestas solo habrían considerado como “maltrato” las violencias físicas más brutales, pero no los golpes cotidianos, o la violencia verbal, aceptados como normales, y hasta aceptables.
13 Se refiere al último conflicto ocurrido en el pabellón.
14Daroqui y otros, op. cit.
15 Josefina Martínez, op. cit., pág. 261.
16 Theodor Adorno, “La educación después de Auschwitz”, en Consignas, Amorrortu, Buenos Aires, 2003, pág. 80 y ss.
17 El texto aludido fue propalado por radio, el 18 de abril de 1966, es decir a 25 años de la Segunda Guerra Mundial 1939-1945.
18 José Pablo Feinmann, “Adorno y la Esma I”, Página 12, 30/12/00; y “Adorno y la Esma II”, Página 12, 13/1/01.
19 Véase, para una descripción orgullosa de las instalaciones de la Escuela Penitenciaría de la Nación, incluyendo su “Patio de Armas”, el folleto de Jefatura de Ceremonial, Prensa y Relaciones Públicas del SPF ya citado, pág. 52 y ss.
20 Adorno, op. cit., pág. 88.
21 Conadep, op. cit., Legajo Nº 719, pág. 255.
22 Conadep, op. cit., Legajo Nº 2448, Testimonio de Mónica De Napoli de Aristegui, pág. 254.
23 Elías Neuman, Encierro carcelario, en: Daniel Barberis compilador, op. cit. pág. 200.
24 Neuman, op. cit., pág. 202 y 203. Cabe aclarar que “el servicio” no ha sido suspendido. En torno a la continuidad de la “inteligencia penitenciaria”, en el ámbito del SPF, puede verse en la Guía Protocolar editada por su área de Relaciones Públicas y Ceremonial en Febrero de 2004 que, inmediatamente después de la Dirección Nacional y la Subdirección Nacional, aparece un Departamento de inteligencia penitenciaria, dentro de la cual existen, entre otras dependencias, la División seguridad externa y contrainteligencia, la División control y lucha antidroga, la División operaciones especiales y la División delegaciones.

25 Op. cit. pág. 95.


Capítulo correspondiente a "El dolor como política de tratamiento", Cesaroni Claudia, Fabián Di Plácido, Buenos Aires, 2009.