lunes, 10 de junio de 2013

SOBRE EL INGRESO A LAS CÁRCELES FEDERALES

Leo esta excelente noticia: 

http://fiscales.gob.ar/violencia-institucional/la-procuvin-interviene-en-la-preparacion-de-un-protocolo-de-ingreso-de-detenidos/

Me alegra mucho, porque, en efecto, el ingreso a las cárceles es un momento brutal, sobre todo para los más jóvenes.

Comparto un capítulo sobre el tema del ingreso de los jóvenes adultos (18 a 20 años) a las cárceles federales, parte de mi tesis de maestría: "El dolor como política de tratamiento. El caso de los jóvenes adultos presos en cárceles federales", publicado por Fabián Di Plácido Editor en 2009. Los números en los testimonios refieren a cada uno de los jóvenes entrevistados durante dos años, mientras trabajaba en la Procuración Penitenciaria. Esos testimonios fueron la base para escribir la tesis, y el libro: 

1. 1. El ingreso

Los jóvenes llegan a las cárceles federales:
  • Porque están en un instituto de menores, y cuando cumplen 18 años, los jueces o tribunales de menores a cuyo cargo se encuentran, ordenan su traslado a la cárcel.1
  • Porque tienen entre 18 y 20 años, y son aprehendidos por alguna fuerza de seguridad, imputados de la comisión de un delito, llegando a la cárcel por orden de los jueces respectivos, desde la comisaría o alcaidía donde son alojados inmediatamente después de su detención.
  • Porque son trasladados desde una cárcel de otra jurisdicción, a solicitud de los tribunales nacionales o federales de la ciudad de Buenos Aires, o federales de la Provincia de Buenos Aires en los que tramitan sus causas, o para efectuar algún trámite procesal.
  • Porque el Instituto de Criminología les dictamina un alojamiento “de máxima seguridad”.2

En cualquiera de los casos, el primer ingreso se produce en el CPF I.3 Allí, los jóvenes son recibidos con golpes y palizas.4 Si ya estuvieron en una comisaría, se suman a las que les propinaron allí:

92: Cuando me detuvieron, la policía me fracturó la mandíbula. Me sacaron placas dos meses después, cuando la fractura ya estaba soldada.
192: Iba con mi cuñado caminando cuando nos detuvo personal de la Comisaría 48 de Lugano. En la comisaría me pegaron y me hicieron firmar papeles, acusándome de robo en poblado y en banda. No sé quién es mi defensor.

Todo el proceso de detención está acompañado de violencias. Desde los allanamientos5 y las aprehensiones en la calle hasta los traslados a las comisarías y la estadía allí. En cada uno de estos actos se aceptan como normales procedimientos violatorios del derecho a la integridad física, a la intimidad, al debido proceso, a la defensa en juicio y al principio de inocencia. Se ingresa a los domicilios de modo brutal, aunque no haya resistencia. Si la hay, se tira a matar, y hasta se provocan masacres.6 Se somete a las personas detenidas a diversas humillaciones: se los insulta y se les pega patadas; se los hace tirar al piso, boca abajo, durante horas, expuestos al escarnio y la vindicta públicas; se niega información a familiares y amigos.
Todo esto sucede sin provocar demasiadas objeciones por parte de los defensores oficiales y abogados particulares; de instituciones públicas u organizaciones defensoras de derechos humanos: parece aceptable para todos que el maltrato a las personas acusadas de cometer algún delito se comience a producir desde el mismo momento de su aprehensión.
La violencia continúa en los camiones que transportan a los detenidos desde las comisarías hasta el CPF I, y aumenta al ingresar al módulo de tránsito, mientras se los obliga a desnudarse y un médico constata si presentan lesiones:

66: Adelante, en el módulo de ingreso, me recibieron a los golpes. Primero me vio el médico en las leoneritas, y después me empezaron a pegar.
65: Te reciben con palizas en ingreso y en el módulo. Te pegan piñas, patadas, palos, te verduguean, te hacen acostar en el piso y se te paran encima y te hacen hacer flexiones con los brazos. Si tenés el tatuaje de los cinco puntos, 7 te pegan más. Si no te callás y los retrucás es peor. Te dicen: “Ah, sos cancherito”, y te pegan más.8

No se trata de una originalidad de las cárceles argentinas. En todas las instituciones totales se producen estos procedimientos a los que Goffman denomina “de preparación” o “de programación”, previos a la clasificación “como un objeto que puede introducirse en la maquinaria administrativa del establecimiento, para transformarlo paulatinamente, mediante operaciones de rutina.” 9

Entre golpe y golpe se les recuerda dónde están y quién manda allí:

70: Te dan una paliza. Después te ve el médico, te encierran en ingreso del Complejo, en un cuartito, hay uno sentado anotando que te dice: “Dejá las pertenencias”, te hacen desvestir, y te pegan. Son como cuatro, te dan rodillazos, patadas, piñas. Te dicen: “Acá vas a andar bien, no vas a hacer quilombo”.

Como los jóvenes tienen que ser alojados en el módulo especialmente destinado para ellos, hacia allí se los conduce: se los vuelve a subir a un camión, y en él recorren unos trescientos metros, hasta arribar al Módulo IV. Sufren allí una segunda recepción, que repetirá la brutalidad de la primera si acaso se hubieran mostrado menos dóciles que lo esperado. Así lo describe Goffman:10

La primera ocasión en que los miembros del personal instruyen al interno sobre sus obligaciones de respeto puede estar estructurada de tal modo que lo incite a la rebeldía o a la aceptación permanentes. De ahí que estos momentos iniciales de socialización puedan implicar un “test de obediencia” y hasta una lucha por quebrantar la voluntad reacia: el interno que se resiste recibe un castigo inmediato y ostensible cuyo rigor aumenta hasta que se humilla y pide perdón.

Y lo confirma una víctima:

70: Si les decís “Pará, no me pegues”, cuando llegás acá (al Módulo IV de Jóvenes Adultos, n. de la a.) les dicen “Este es pesado, este es polenta”, y acá te pegan de vuelta. De todos modos, les digan o no, acá en el Módulo IV te pegan igual. Mientras tanto, te explican cómo son las cosas: que tenés que estar con las manos atrás, mirar a la pared...

Sesenta años atrás, en la Alemania nazi, en el ingreso a un campo de concentración se utilizaban similares prácticas para “destruir la capacidad de resistencia de los adversarios”:

...para la dirección del campo, el recién llegado era un adversario por definición, fuera cual fuese la etiqueta que tuviera adjudicada, y debía ser abatido pronto, antes de que se convirtiese en ejemplo o en germen de resistencia organizada. En ese sentido los SS tenían las ideas muy claras y, bajo este aspecto, hay que interpretar todo el ritual siniestro, distinto de un Lager a otro pero el mismo en esencia, que acompañaba el ingreso; las patadas y los puñetazos inmediatos, muchas veces en pleno rostro, la orgía de las órdenes gritadas con cólera real o fingida, el desnudamiento total, el afeitado de cabezas, las vestiduras andrajosas. Es difícil precisar si todos estos detalles fueron proporcionados por algún especialista o perfeccionados metódicamente basándose en la experiencia. Pero con toda seguridad, premeditados o no, no casuales: había una dirección centralizada y se notaba. 11

Por supuesto, estas recepciones no se brindan solo a los jóvenes. En una elaboración propia, construida luego de escuchar decenas de relatos similares a lo largo de años de carrera judicial, Luis Niño describe esos primeros momentos:

El camión salió al caer la tarde de la alcaidía de los Tribunales y llegó a la unidad a las ocho de la noche. Había pasado la tarde en la "leonera", ese largo y desolado corredor de la alcaidía, oyendo historias que no quería oír y tratando de concentrarse en lo que había hablado con su abogado y en lo declarado ante el oficial del Juzgado, que remplazaba al Juez y al Secretario, muy ocupados en otras causas. Los que venían de Comisaría como él se quedaron esperando; los demás pasaron. Las horas también pasaron, y ante la primera pregunta acerca de qué ocurriría con él, la respuesta no se hizo esperar: "Usté es ingreso, espere ahí".
A las dos de la madrugada vino la revisación. Ahí supo que si uno mira de frente, llega un bife y una frase: "No me mires así, mirá para abajo". Lo demás era previsible: sacarse la ropa, agacharse de frente y de espalda, mostrarlo todo.
A eso de las cuatro de la mañana, alguien que dijo ser el Jefe de Turno dispuso a qué pabellón lo mandaría. Después supo, para su desconcierto, que era un pabellón de gente de "alta carrera", donde iban a parar los reincidentes o los imputados de algún hecho pesado. Al llegar, con la ropa que tenía puesta cuando fue detenido como todo patrimonio, se enteró que no tenía cama ni colchón. Se recostó en el suelo hasta que un tipo que resultó ser conocido del barrio le dio una cama. Después iba a saber que por una cama se pelea, como se pelea por una hornalla, por un tenedor o por un morrón asado.
También sabría después, porque le tocó verlo, que a los que no consiguen cama ni colchón, en muchos pabellones, les queda siempre el suelo, o aguantar caminando hasta que alguien se levante y le haga el favor de dejar que se acueste.
Ese mismo día, un grupo lo rodeó y alguien tiró un cuchillo a sus pies. Uno lo desafió a pelear. Él nunca había peleado así, en un duelo criollo, pero intuyó que era preferible no aflojar. Levantó el arma, venciendo el miedo ante lo absurdo, y murmuró a su desafiante que estaba bien, que si tenía que matarlo, lo matara, y lo encaró. Entonces, alguien, con frases que después escucharía muchas veces, exclamó: "Bueno, paren, no se pelea entre chorros". Desde entonces se ganó algún respeto. No era "bravo", pero al menos "pisaba".
Después supo que el que no acepta el desafío, o dicho con otras palabras, el que demuestra que es débil, que "no tiene sangre", el que queda como un "gil", se adapta al lugar de "mulo" de otro, generalmente del que lo desafió, o de todo el grupo. Y, en el mejor de los casos, le resta la tarea de cocinar, de lavar la ropa para su "padrino" o para todos, de cebarle mate o servirle la comida en la cama, de llevarle algo calentito a la hora de la visita, sin contar jamás con el derecho de quedarse a ranchar con los "chorros de verdad". Pero también pudo presenciar que a veces la pelea se deja seguir, ya sea a puño limpio o con el remanido expediente del cuchillo, y que si es así, tal vez se muere por nada. 12
Luego de atravesar estos procedimientos los jóvenes, que en su inmensa mayoría ingresan por primera vez a un establecimiento penitenciario -aunque traen consigo la experiencia de similares recibimientos en comisarías e institutos de menores- son entrevistados por un oficial uniformado que les pregunta cuál es el delito que se les imputa. El mismo oficial indaga sobre sus situaciones personales –si tienen familia o no, dónde viven-, sus hábitos –incluyendo la pregunta de si consumen o no drogas-, y luego decide el lugar donde van a ser alojados. No se trata del director del módulo, ni del jefe, ni de personal de tratamiento, sino de un oficial de bajo rango, al que por ejemplo, el joven debe decirle que está imputado de un homicidio (“¿A quién mataste?”, le preguntará. “A un policía”, podría tener que responder, sabiendo qué consecuencias sobrevendrán a la confesión); o de un robo a mano armada, o de un secuestro extorsivo; o de algún delito asociado al consumo o tráfico de estupefacientes. En ocasiones, hechos que adquieren una significativa trascendencia en la vida política, son los que provocan la reacción contra los jóvenes:

9: Me pegaron cuando ingresé a la Unidad, por el motivo por el que me detuvieron: aparezco en un video sacándole el arma a un policía en la plaza... (Se refiere a los episodios de diciembre de 2001, en Plaza de Mayo, que culminaron con la caída del ex presidente Fernando De la Rúa)

Luego de la recepción, y sin que se le brinde ninguna información sobre sus derechos -tal como lo disponen la ley 24.66013 y el reglamento de procesados-14 el joven es alojado en el pabellón de ingreso, habitualmente el F.
La falta de información sobre su nueva situación es un dato muy relevante en el caso de los jóvenes presos. Desconocer, por ejemplo, qué hechos se consideran infracción, los pone en riesgo de recibir sanciones:

159: Me sancionaron por ingresar a la celda de un compañero, pero yo no sabía que estaba prohibido. En los institutos se puede...

La hipótesis de esta investigación es que la aplicación del dolor como política de tratamiento tiene una expresión específica en el caso de los jóvenes adultos. Una de las particularidades que se pretende demostrar es que existe un recorrido –que se describirá a continuación- perfectamente articulado entre la violencia de los golpes y el consiguiente dolor físico aplicado en determinados espacios carcelarios, y otro tipo de violencia, que no rompe los huesos pero también provoca dolor, y que se encubre bajo términos eufemísticos: son “métodos”, “pedagógicos”, y “socializadores”.

1 Véase, en Daroqui y otros, op. cit..: Del total de jóvenes entrevistados en el Módulo IV del CPF I de Ezeiza, (veintisiete), el ochenta por ciento había estado alojado previamente en Institutos de Menores.
2 Una vez que una persona es condenada a pena de prisión, en la cárcel en que se encuentre debe efectuarse una Historia Criminológica, la que es elevada al Instituto de Criminología, dependiente de la Dirección General de Régimen Correccional del Servicio Penitenciario Federal. Este organismo es el que tiene la decisión última con respecto al lugar donde debe ser alojado para que cumpla su condena un preso. Sus integrantes jamás han tenido un contacto personal con el sujeto al que le dictaminan alojamiento “de máxima”, “de mediana” o “de mínima” seguridad. Como se indicó más arriba, estas denominaciones no son las que se utilizan en la ley 24.660, donde se habla de “instituciones abiertas, semiabiertas y cerradas”, pero les son equivalentes. (Art. 182)
3 Salvo en los casos de condenados o procesados oriundos de la Provincia de La Pampa, en que el primer alojamiento es la Unidad 30.
4 Daroqui y otros, op. cit.: “El cien por cien de los jóvenes que ingresan al CPF I denuncian haber sido recibidos con golpes y malos tratos por parte del personal penitenciario”.
5 Para una descripción de los modos violentos utilizados en los allanamientos, véase: Josefina Martínez, op. cit., pág. 263 y ss.
6 El 17 de setiembre de 1999, un mes después de que el entonces candidato a gobernador de la provincia de Buenas Aires, Carlos Ruckauf, dijera que: “Cuando un asesino se tirotee con un policía, siempre estaré respaldando al efectivo, para que quede claro que la bala que mató a un asesino es una bala de la sociedad que está harta de que desalmados maten a mansalva a gente inocente”, la policía provincial asesinó a tres personas, al “recuperar” a sangre y fuego una sucursal bancaria de la ciudad de Ramallo. Para una crónica detallada de la Masacre de Ramallo, véase: Horacio Cecchi, Mano dura, Colihue, Buenos Aires, 2000.
7 En la simbología carcelaria, ese tatuaje, consistente en un cuadrado de cuatro puntos con uno en el medio, significa “matar al policía”, que es precisamente el punto del medio, rodeado por cuatro chorros. Generalmente se encuentra en lugares visibles como manos y brazos, y constituye un claro desafío no solo dirigido a los policías sino a todas las fuerzas de seguridad, incluyendo obviamente al personal penitenciario al que también se lo denomina despectivamente policía o milico: “Es una especie de promesa personal hecha para conjurar la encerrona de la que ellos mismos fueron víctimas, me explicaron los pibes, aunque suelen ser varias las interpretaciones y no hay antropólogo que haya terminado de rastrear esa práctica tumbera. Ese dibujo asume que el ladrón que lo posee en algún momento fue sitiado por las pistolas de la Bonaerense, y que de allí en más se desafía a vengar su propio destino: el juramento de los cinco puntos tatuados augura que esa trampa será algún día revertida. El dibujo pretende que el destino fatal recaiga en el próximo enfrentamiento sobre el enemigo uniformado acorralado ahora por la fuerza de cuatro vengadores. Por eso para la policía el mismo signo es señal inequívoca de antecedentes y suficiente para que el portador sea un sospechoso, un candidato al calabozo.”, Cristian Alarcón, Cuando me muera quiero que me toquen cumbia, Norma, Buenos Aires, 2003, pág. 34.
8 Daroqui y otros, op. cit.
9 Erving Goffman: Internados, Amorrortu, Buenos Aires, 1998, pág. 29.
10 Ibídem.
11 Primo Levi: Los hundidos y los salvados, Muchnik, Barcelona, 2000, pág. 34.
12 Luis Fernando Niño, Cárceles y derechos humanos, en Cuadernos de Doctrina y Jurisprudencia Penal, Serie Criminología, Año I, Nº 1, Ad Hoc, Buenos Aires, 2002.
13 Ley 24.660, art. 66: “A su ingreso al establecimiento el interno recibirá explicación oral e información escrita acerca del régimen a que se encontrará sometido, las normas de conducta que deberá observar, el sistema disciplinario vigente, los medios autorizados para formular pedidos o presentar quejas y de todo aquello que sea útil para conocer sus derechos y obligaciones. Si el interno fuera analfabeto, presentare discapacidad física o psíquica o no comprendiese el idioma castellano, esa información se le deberá administrar por persona y medio idóneo”
14 Reglamento General de Procesados, Dto. 303/96, art. 21: “A su ingreso y bajo constancia el interno recibirá explicación oral e información escrita acerca del régimen a que se encontrará sometido, las normas de conducta que deberá observar, el sistema disciplinario vigente, los medios autorizados para formular pedidos o presentar quejas, la posibilidad de solicitar su incorporación anticipada al régimen de ejecución de la pena y de todo aquello que sea útil para conocer sus derechos y obligaciones. Si el interno fuera analfabeto, presentare discapacidad física o psíquica o no comprendiese el idioma castellano, esa información se le deberá suministrar por persona y medios idóneos”.

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