lunes, 5 de enero de 2015

SOBRE LA DOCTORA STONA

Publiqué una foto en facebook y alguien me dice cariñosamente "doctora Stona". Y yo quiero aclarar que, a decir verdad, nunca fui fanática de los Stones, pero los amé. A fines de 1989 trabajé en la Librería Hernández. Quien trajo a los Stones a mi vida fue Walter, un adolescente que laburaba de cadete, fana de Independiente, lindo, transgresor y conurbano, que me peleaba como un hermanito menor y al que yo quería y cuidaba como una hermana del medio. Mientras yo trabajaba ahí, falleció mi viejo, en febrero del '90, y decidí irme por 3 meses a Barcelona, a visitar a mi amiga  Graciela, con quién había hecho un viaje iniciático al sur en 1982, y que se había ido a Europa siguiendo al novio que conoció en el viaje de vuelta en el Roca. Antes de irme, le conté a Walter que, según había leído en algún lado, los Stones iban a estar en Barcelona como parte de su gira Urban Jungle Tour. Walter me hizo jurarle que iba a tratar de verlos. 

Llegué a Barcelona el 18 de mayo de 1990 con tres camperas que compré en Bernal, para venderlas y ganar unos mangos. Ingresé vestida de mujer sin problemas económicos, gracias a unos zapatos que me había regalado P., que me destrozaban los pies y que nunca más usé; una pollera formal;  una de las camperas de cuero, y una tarjeta Visa internacional, más los travel check que había logrado comprar después de vender el mexicano de oro que me había legado mi abuela. 

En Barcelona hubo amor, pero esa es otra historia. A poco de llegar, me encontré con B., una mujer mayor (tendría la edad que tengo ahora, quizá menos), compañera de las sesiones de  terapia gestáltica del aquí y ahora que hacía por esa época, y que P. llamaba graciosamente sesiones de gimnasia, cuando le contaba que nos sentábamos en el piso y hacíamos contorsiones diversas para encontrarnos, escucharnos, tocarnos, etc. 

B. estaba de visita en Barcelona, y su hijo vivía ahí. Y, me contó B, estaba en el tema de la venta de remeras, gorras, prendedores y en fin, todo lo que se vendería en el recital de los Stones, que iba a ser el 14 de junio en el Estadio Olímpico, en el Mont Juic. Le pedí al pasar que le dijera al hijo que si necesitaba alguien para vender, yo podía hacerlo. Y sí:  Me dieron ese trabajo, así que no solo vi gratis el recital de los Stones, y lo disfruté a cuenta de Walter, sino que además me gané unos buenos mangos (creo que 20000 pesetas de entonces), y me afané unas cuantas remeras, gorras y pins oficiales (delitos ya prescriptos)

http://elpais.com/diario/1990/06/14/cultura/645314405_850215.html

Mi sobrina Cecilia debe tener una de esas gorras. Otra fue para Walter, más alguna remera. No lo sé, no puedo preguntárselo, porque poco tiempo después, Walter murió por alguna enfermedad impiadosa. 

Solo me quedé con una remera, la más linda, que me quedaba grande, y que usé durante los últimos meses de mi embarazo. 

No soy, entonces, una Stona de origen, sino más bien, una Stona por adopción. Siempre, los Stones me recordarán a mi querido Walter, a los almuerzos en la librería Hernández, a sus salidas a hacer trámites bufando y puteando, a su hermosa y plena sonrisa suburbana. 




Librería Hernández, 2 de febrero de 1990, payaseando con Walter






Esperando a Ernesto, circa octubre 1991



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