Llegué a Barcelona el 18 de mayo de 1990 con tres camperas que compré en Bernal, para venderlas y ganar unos mangos. Ingresé vestida de mujer sin problemas económicos, gracias a unos zapatos que me había regalado P., que me destrozaban los pies y que nunca más usé; una pollera formal; una de las camperas de cuero, y una tarjeta Visa internacional, más los travel check que había logrado comprar después de vender el mexicano de oro que me había legado mi abuela.
En Barcelona hubo amor, pero esa es otra historia. A poco de llegar, me encontré con B., una mujer mayor (tendría la edad que tengo ahora, quizá menos), compañera de las sesiones de terapia gestáltica del aquí y ahora que hacía por esa época, y que P. llamaba graciosamente sesiones de gimnasia, cuando le contaba que nos sentábamos en el piso y hacíamos contorsiones diversas para encontrarnos, escucharnos, tocarnos, etc.
B. estaba de visita en Barcelona, y su hijo vivía ahí. Y, me contó B, estaba en el tema de la venta de remeras, gorras, prendedores y en fin, todo lo que se vendería en el recital de los Stones, que iba a ser el 14 de junio en el Estadio Olímpico, en el Mont Juic. Le pedí al pasar que le dijera al hijo que si necesitaba alguien para vender, yo podía hacerlo. Y sí: Me dieron ese trabajo, así que no solo vi gratis el recital de los Stones, y lo disfruté a cuenta de Walter, sino que además me gané unos buenos mangos (creo que 20000 pesetas de entonces), y me afané unas cuantas remeras, gorras y pins oficiales (delitos ya prescriptos)
http://elpais.com/diario/1990/06/14/cultura/645314405_850215.html
Mi sobrina Cecilia debe tener una de esas gorras. Otra fue para Walter, más alguna remera. No lo sé, no puedo preguntárselo, porque poco tiempo después, Walter murió por alguna enfermedad impiadosa.
Solo me quedé con una remera, la más linda, que me quedaba grande, y que usé durante los últimos meses de mi embarazo.
No soy, entonces, una Stona de origen, sino más bien, una Stona por adopción. Siempre, los Stones me recordarán a mi querido Walter, a los almuerzos en la librería Hernández, a sus salidas a hacer trámites bufando y puteando, a su hermosa y plena sonrisa suburbana.
Librería Hernández, 2 de febrero de 1990, payaseando con Walter
Esperando a Ernesto, circa octubre 1991
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