Hace 10 años, un hombre convocaba a marchas por la seguridad. No era fácil oponerse, porque era un padre doliente, al que le habían matado un hijo. Por ser familiar de una víctima, se pretendía que sus palabras y acciones eran indiscutibles.
Hoy, se pretende algo parecido con Nisman: un sujeto que no cumplió bien su trabajo, que dilapidó fondos públicos, que instigó a cometer delitos, que formó parte de un ataque contra la presidenta democrática, y que, vista la debilidad de su posición, se suicidó.
Esta es la carta que hace diez años, el 29 de marzo de 2004 mandé a "Mirá lo que te digo", el programa conducido por Adolfo Castelo, en Radio Mitre, que escuchaba cada tarde:
Hola. Suelo escucharlos en estos días en que estoy trabajando en mi casa. Quisiera enviarles estas reflexiones, que surgen a partir del caso de Axel. En general comparto sus opiniones, y tal vez lo que sigue sea polémico, pero me preocupa la superficialidad con que se exponen ideas que, lejos de resolver problemas, no hacen más que agravarlos. Gracias y hasta pronto.
Hola. Suelo escucharlos en estos días en que estoy trabajando en mi casa. Quisiera enviarles estas reflexiones, que surgen a partir del caso de Axel. En general comparto sus opiniones, y tal vez lo que sigue sea polémico, pero me preocupa la superficialidad con que se exponen ideas que, lejos de resolver problemas, no hacen más que agravarlos. Gracias y hasta pronto.
Un
hombre dolido, al que le acaban de secuestrar y matar a su
hijo de veintitrés años, recorre canales de televisión enarbolando
un programa de política criminal que, dice, va a exigir de inmediato
a los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. Tiene muchísimo
dolor, que expresa con palabras, llantos y reclamos. Es
difícil no solidarizarse con él, que no cesa de describir lo
maravilloso que era Axel: buen hijo, estudioso, trabajador, bien
educado. Su muerte carece de sentido, resulta incomprensible para ese
padre, para la madre, para los amigos, para la novia, y para los
televidentes, lectores y oyentes que reciben ese dolor sin poder
hacer ninguna otra cosa que intentar compartirlo.
El
padre de Axel encabezará, dice, una campaña. Quiere que se condene
a quienes portan armas a diez años de prisión como mínimo. Que los
secuestradores estén treinta años en la cárcel. Que los presos
trabajen, “en lugar de mirar televisión”. Cuenta que estuvo en
Estados Unidos, y vio hileras de presidiarios, con grilletes,
trabajando con pico y pala en las rutas estadounidenses. Propone algo
parecido para los presos argentinos. También menciona las
deficiencias de la investigación, que encabezó un fiscal federal y
la policía bonaerense.
Decenas
de micrófonos amplifican las palabras de esta persona, atravesada
por el dolor. Y lo que quiero decir es que los problemas de la
criminalidad, del delito y la violencia, de las fuerzas de seguridad
y de la justicia, se manejan en la inmensa mayoría de los
medios de comunicación con una absoluta falta de responsabilidad. Es
como si, a un padre o a una madre a la que se le acaba de morir un
hijo luego de una mala praxis; o porque se le cayó un balcón mal
construido, se le brindaran todos los micrófonos para que diga,
-repito, en el marco de ese dolor inenarrable- qué nuevos
tratamientos médicos, que protocolos, que medicamentos, debieran
aplicarse en adelante para evitar muertes como las que ellos
padecieron. O, en el segundo caso, de qué modo construir
correctamente un edificio. La persona que padece es eso, un sujeto
sufriente, una víctima. No ha sido preparada, no ha estudiado los
fenómenos que lo afectan de modo tan brutal. Pero, ante la falta de
respuestas de quienes están obligados a darlas, es puesta en un rol
que no le compete. Sencillamente, porque no sabe de qué está
hablando. Tal vez suene brutal, pero cuando se expone a las víctimas
de este modo -víctimas de violación, víctimas de la muerte de
seres amados-, lo que siento es que se las está revictimizando, con
la excusa de escucharlas.
El
mismo día (domingo 28/3) en que el papá de Axel recorría canales y
aparecía en los diarios, Página 12 publicaba una nota de Horacio
Verbitsky en la que se informa que un torturador –de la dictadura y
de ahora-, fue nombrado por el gobernador Solá como Jefe de
Información del Servicio Penitenciario Bonaerense. Los presos,
además de mirar televisión, viven hacinados y son golpeados,
extorsionados, torturados. Sus familias –que ningún delito han
cometido- son humilladas en cada visita. En el Servicio Penitenciario
Federal trabaja una cantidad ínfima de presos, no porque no quieran,
sino porque no hay talleres, espacios ni presupuesto para que
realicen un trabajo digno. Salvo que se esté planteando, a partir de
ese modelo norteamericano, un retorno al trabajo esclavo.
El
mismo día, también, Mariano Grondona hablaba del “tercer
demonio”, dando por sentado que los miles de desaparecidos fueron
el primero, la represión dictatorial el segundo, y los delincuentes
y criminales comunes, el tercero. El lenguaje utilizado no hace más
que imaginar un cuarto demonio, que, como el segundo, torture, fusile
y aniquile a quien se le ponga enfrente. ¿Alguien recuerda el
llamado de Ruckauf a meter bala a los delincuentes, y la
posterior masacre de Ramallo?
El
papá de Axel tiene todo el derecho que su desesperación, angustia y
dolor le dan para expresarse públicamente, reclamando lo único que
parece posible reclamar una semana después de ser llevado a la
morgue para reconocer a un hijo –único, luminoso, amado-,
transformado en un cadáver. Sin embargo, ¿No debería
intentarse al menos, dejar de actuar con tanta irresponsabilidad
desde los medios de comunicación y desde las autoridades políticas
y judiciales? ¿Por qué cuando hay que hablar de puentes se convoca
a ingenieros, de construcción a arquitectos, de enfermedades a
médicos, y en cambio se supone que los problemas de la criminalidad
pueden ser enfrentados como si fueran un meroproblema
de sentido común,
y se resuelven aumentando penas, para que haya más presos durante
más tiempo en cárceles superpobladas y dirigidas por torturadores?
¿Por qué no se explica, o no se permite explicar, que ni el
alargamiento de condenas, ni siquiera la pena de muerte, resuelve los
problemas de la violencia, como lo demuestra sin lugar a dudas el
ejemplo norteamericano?
Podrá
argumentarse que los organismos de derechos humanos, sobre todo los
de afectados directos –Madres, Abuelas, Hijos, Familiares-, también
han elaborado propuestas y políticas a partir del dolor. Pero ha
sido una creación colectiva, en la que se discutió, y se discute
aún, entre decenas de personas, no solo las directamente afectadas,
sino también profesionales, especialistas de derechos humanos,
juristas, cada una de esas propuestas. Recién luego de muchos años
de trabajo en común, y no pocas polémicas, todas esas personas,
instituciones y colectivos, han podido plantear propuestas comunes.
¿Por qué no enfrentar del mismo modo los dolores que la violencia
produce en el papá de Axel, en las madres y padres de tantos jóvenes
asesinados –por la policía, por los guardiacárceles, por otros
jóvenes-, en lugar de banalizarlo, creyendo que aplicando más dolor
–más cárcel, más muerte, más violencia-, es posible resolver
algo?
Son
solo preguntas, surgidas mientras veo al papá de Axel, entre
lágrimas, proponer las que honestamente cree son sus soluciones para
que no haya otros Axel luminosos transformados en cadáveres. Y desde
el respeto, y un intento de comprender su dolor, simplemente las
formulo.
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