Al llegar, alguien me pregunta: "¿No se acuerda de mí?" Recuerdo su cara levemente, pero no de dónde. Me dice: "Yo era compañero de César Gómez. Yo soy S." Y, entonces, recuerdo:
e)
Muerte en el pabellón
Las requisas no suceden solamente
en el pabellón E. También se producen en el D:
37:
Cuando entra la requisa saca la masilla de los lavatorios, y después
pierde agua y se inundan las celdas. Pegan palazos a las camas y las
mesas, y hacen saltar la pintura. A veces nos hacen correr a todos
con las manos detrás de la espalda, mientras revisan el pabellón.
En
el B:
11:
La requisa es muy violenta, entran dando palazos, tiran todo al piso.
E
inclusive en el pabellón C:
12:
La requisa es muy violenta, supongo que es porque la hacen los del
módulo III, no los de este módulo, y no nos conocen, por eso son
tan brutales. El día de mi cumpleaños entraron y me pegaron un
palazo en el pecho y otro en la cabeza.
En
ocasiones, el personal persigue a sus víctimas por varios
pabellones:
45:
Entró la requisa en el pabellón F, donde yo estaba sancionado. Me
preguntaron mis datos y cuando dije mi nombre me pegaron un puñetazo,
después me pegaron entre varios, me tiraron al piso y me esposaron,
y así esposado me pegaron un palazo en la frente. Me decían: “Acá
mandamos nosotros, tenés que aprender a obedecer”. Antes, mientras
estaba en el pabellón D, me pegaron, la misma guardia, a la noche,
dos integrantes del cuerpo de requisa junto al inspector del módulo,
que decía: “Este tiene una hernia, ya saben donde pegarle.”
Sin
embargo, la brutalidad encuentra en el pabellón E el lugar para
expresarse con mayor virulencia. A continuación se verá como los
hechos se desencadenan con un final tan previsible como inevitable.
En
una comunicación fechada el 2
de octubre de 2003,
y dirigida al Secretario de Justicia y Asuntos Penitenciarios, el
entonces Director Nacional del Servicio Penitenciario Federal,
Inspector General Pedro Acevedo respondía lo siguiente ante los
reclamos efectuados por la Procuración Penitenciaria en torno a la
brutalidad de las requisas, entre otros temas que afectaban a los
jóvenes adultos del Módulo IV del CPF I:
...
la División Seguridad Interna entre otras cosas informa que se
profundizarán las medidas de supervisión implementadas, como así
también, se generarán nuevos mecanismos y/o controles (por ejemplo
recibir en audiencia a los internos que deseen manifestar acerca de
la requisa, mayor contacto con las autoridades del módulo a fin de
armonizar actividades, presencia personal de las citadas autoridades
durante los procedimientos, etc.) que
permitan evitar los eventuales excesos que se describen en el informe
de referencia
1
(la
bastardilla me pertenece)
El
8 de octubre
de 2003,
en el marco de una visita regular al pabellón E, los jóvenes
expresaron reclamos referidos a las pésimas condiciones ambientales,
mala comida, nula atención médica y pocas actividades ya
reseñados, pero sin embargo coincidieron en resaltar lo tranquilas
que estaban siendo las requisas, y la vida en general en el pabellón:
43:
Hoy hubo requisa, y salvo que le mancharon con lavandina el pantalón
a un chico, no pasó nada. No hubo maltrato ni violencia.
136:
No hay luz en las celdas, tenemos un solo teléfono. Sobre las
requisas no hay quejas.
215:
El pabellón está tranquilo. No salen pibes lastimados.
Veinte
días después, el 28
de octubre,
en medio de una requisa brutal, César
Abel Gómez, 18
años, procesado, recibió un golpe que terminó con su vida. Al día
siguiente, mientras agonizaba en un hospital público, dos asesores
legales de la Procuración Penitenciaria2
ingresaron al pabellón E, luego de vencer la resistencia de las
autoridades del módulo. Los argumentos para oponerse al ingreso se
basaban en el mal
clima que
imperaba en el pabellón. Sin embargo, cuando finalmente se logró
ingresar, la visión de decenas de jóvenes heridos, rastros de
sangre en pisos y escaleras y huellas de disparos en las paredes
explicó con mayor claridad los motivos para la negativa de las
autoridades responsables.
Describir
lo sucedido tiene sentido porque revela de qué modo se crean
conflictos artificialmente, en medio de una tranquilidad
también artificiosa, y cómo esos conflictos desembocan en tragedia.
Todo comenzó el sábado 25 de octubre. Con el supuesto objetivo de
legalizar
los
combates entre presos, el director del módulo había acordado con
ellos que, en caso de enfrentarse, lo hicieran de modo visible, en el
patio, no dentro de las celdas, y que al finalizar el combate
entregaran las armas al celador. Este acuerdo puede parecer
increíble, pero el mismo día que César Gómez moría en un
hospital público, cuarenta y cuatro de sus compañeros,
entrevistados a solas dentro de cada una de sus celdas, coincidían
en sus relatos ante los abogados de la Procuración Penitenciaria.
232:
El Director había dicho que si peleaban con fierros, que después
los entregaran y que nadie iba a salir sancionado.
233:
El Director había pedido que las peleas sean legales, en el patio,
con los fierros, y que una vez que terminen, se entreguen los
fierros. Así fue el sábado, terminó la pelea y se pasaron los
fierros.
240:
El Director había pedido peleas legales. Nosotros cumplimos y ellos
no.
En
efecto: cumpliendo este particular acuerdo, el sábado se
enfrentaron dos jóvenes. Importa explicar los motivos de la pelea,
provocada por el encargado del pabellón. Éste, al momento de
asignar una celda codiciada por su ubicación, decidió dársela
primero a un joven, y luego a otro, de distinto rancho.3
154:
No hay problemas entre los ranchos. El problema fue por la celda 27.
El encargado se la dio a dos pibes, y se pelearon por eso.
228:
El conflicto lo originó la misma policía, porque los dos chicos que
se pelearon pidieron la misma celda, y el encargado se las dio a los
dos, y entonces se pelearon por la celda 27.
La
pelea legal
derivó en uno de los contendientes internado en un hospital, por un
puntazo en el pecho. A continuación, ingresó por primera vez el
cuerpo de requisa, el mismo día sábado, utilizando un nivel de
violencia normal:
101:
El sábado nos pegaron pero no tanto. Nos decían que si volvía a
haber peleas, nos iban a agarrar a nueve, y nos iban a pegar hasta
matarnos.
157:
El sábado se pelearon dos pibes en el patio, ingresó la requisa y
no pasó nada grave.
233:
El sábado, cuando terminó la pelea, se pasaron los fierros. Después
ingresó la requisa y les pegó a algunos.
El
domingo 26 se repitió el ingreso de la requisa. Era día de visita:
101:
El domingo sacaron a varios a los golpes. Los veía la visita que
estaba esperando.
157:
El domingo, después de la visita masculina, ingresó la requisa a
los palazos. Me llevaron sancionado, a los palazos, las mujeres que
estaban esperando para la visita íntima veían todo. Me decían:
“Vas sancionado por bocón”. En la leonera me pusieron con otros
más acostados en el piso. Cuando nos paramos nos dijeron que nos
acostáramos de nuevo. Nos llevaron al pabellón F. Un jefe de turno
nos amenazó diciendo que nos iba a sacar de a cinco, y nos iba a
hacer moler a palos por la requisa. Yo no quise ir al Hospital para
que no me vuelvan a pegar, pero tengo la mano muy hinchada. A los
chicos más golpeados les quisieron hacer firmar un acta de lesión
con fecha 27/10/03, yo no la firmé porque me habían lastimado
antes, pero todos los demás sí las firmaron.
222:
El domingo 26 les pegaron a los chicos, y los familiares veían cómo
les pegaban a sus hijos. A mí me están pegando desde que me
detuvieron. En la Comisaría 34, el viernes. En tránsito del CPF I,
cuando llegué el domingo a la madrugada. Y después, cuando ingresé
al módulo IV, también me pegaron.
232:
El domingo entró la requisa, y les pegó a algunos, y les dijo que
si pasaba algo, iban a venir de nuevo y les iban a romper los huesos.
233:
El domingo 26 sacaron a L. golpeándolo, esposado, con otros chicos
más. Nos amenazaron, y dijeron que si había algún problema,
aparecería alguno colgado, y que iba a haber palazos.
240:
El domingo la requisa ingresó a algunas celdas, incluida la mía, y
nos pegó. Nos amenazaron con que, si decíamos algo, o pasaba algo
el domingo a la tarde, nos iban a romper los huesos, nos iban a
matar.
El lunes transcurre en calma.
Pero en la mañana del martes 28 vuelve a ingresar el cuerpo de
requisa:
101:
El martes 28 vino la requisa a la mañana, y según ellos se llevaron
facas. Se ordenó, se limpió, quedó bien el pabellón.
Sin
embargo, poco después, llegó el Director. Y se desencadenó la
represión. Como ya se dijo, en el pabellón E los beneficios
son pocos. Uno de ellos, ganado después de varios meses sin que se
produjeran problemas graves, era irse a las celdas a las 22, y los
domingos a las 24, después de ver un programa significativo para los
jóvenes como es Fútbol
de Primera.
Lo que sucedió ese martes 28 fue que el director comunicó que, a
partir de la fecha, se
cortaban los beneficios:
101:
Vino el director, se empezaron a hacer planteos sobre el maltrato a
los familiares: que los obligan a hacer flexiones, a agacharse, y
él dijo que no podía hacer nada, porque era un tema de la requisa,
que él no lo manejaba. Y nos cortó los beneficios.
154:
El director vino y dijo que nos cortaba el horario.
221:
Vino el director y dijo que nos encerraban a las 7, sin motivo, y se
pudrió todo. Nos mataron por nada.
223:
Causó mucha irritación la decisión de cortar los beneficios.
233:
Cuando el director nos informó que nos iban a encerrar a las 7, se
produjo la reacción nuestra. Hay cuatro ranchos, pero no hay
problemas graves entre nosotros.
234:
El problema es que vino el director y dijo que se entraba a las 7, y
no salíamos más.
238:
El director vino a alterar al pabellón, al cortar el beneficio.
Veníamos limpiando, haciendo las cosas bien.
240:
Con el director se tensionó todo el pabellón.
241:
Nos cortaron los beneficios y nosotros estábamos haciendo las cosas
bien. A los chicos fajineros los amenazaban diciéndoles que les iba
a pasar lo mismo que a Lucas Carrizo.
242:
Vino el director, nosotros le dijimos que la requisa maltrataba a las
familias, y que nos pegaba a nosotros, y él dijo que no tenía nada
que ver, que la requisa no dependía de él. Nosotros le paramos un
bondi anterior, y él nos dio una puñalada por la espalda.
Los
jóvenes comunican su decisión de resistir. Anuncian que no se van a
engomar
a
las 19, porque no lo consideran justo. Llaman a sus familiares y a la
Procuración Penitenciaria. Intuyen lo que les espera, y lo que
intuyen se desencadena a partir de las cuatro de la tarde. Es decir,
al mismo tiempo que funcionarios de la Secretaría de Justicia y de
la Procuración Penitenciaria se comunicaban telefónicamente con el
director principal del CPF I, preocupados por la posibilidad de que
se produjera una represión violenta y : tres horas antes de que
cumplieran su decisión de no ingresar a las celdas. Lo que allí
sucedió solo es posible dentro de la cárcel. Frente a una
manifestación callejera, o la toma de un edificio público, se
negocia, se envían mediadores, se espera –dos, tres días, semanas
si es necesario- hasta que los ocupantes acepten irse. Si se decide
desalojar, se requiere una orden judicial, de la que puede
controlarse su legalidad, la oportunidad, los límites que fija. Casi
siempre, hay medios periodísticos presentes. Si se produce un uso
desmedido de la fuerza por parte de las fuerzas policiales o de
seguridad, existen fotos, cámaras, filmaciones. En el lugar de los
hechos se hacen presentes dirigentes sociales, gremiales, políticos.
En el pabellón E, tres horas
antes de que se cumpliera el horario en que los jóvenes debían
reintegrarse a sus celdas, y sin control alguno, pasó lo siguiente:
101:
A las 4, aproximadamente, se escucharon tiros de Itaka, y gritos. A
mí me decían: “¿Vos sos D.?” Contestaba que sí, y me pegaban
un palazo. “¿Vos tenés una pena de veinte años?” “Sí”, y
otro palazo. Me preguntaban: “¿Te duele el dedito?”, y cuando
contestaba me daban otro palazo. Me decían: “Llorá, cobarde”.
Me pisaban la cabeza y me escupían. Nos decían: “Tanto que
estuvieron boqueando que no se iban a engomar, y no aguantaron ni un
minuto.” Se escuchaban gritos de dolor, de dolor en serio. Cuando
estaba por bajar me levantan de los brazos, que los tenía en la
espalda, y me empujaron, salí rodando por la escalera, menos mal que
me puse de costado, sino me rompía la cara. Desde las seis hasta las
nueve estuvimos en el patio, boca abajo, las manos atrás, mirando el
piso, con las piernas cruzadas. En el patio nos siguieron pegando.
Los médicos estaban presentes cuando nos hacían levantar a los
golpes y a los gritos. El celador vio cuando me tiraron por la
escalera. El director y el jefe de turno veían todo desde la pecera.
Continúan
relatos que podrían figurar en el Nunca
Más,
como figuran los siguientes:
Fui
trasladada a la Penitenciaría provincial, donde un médico me revisó
superficialmente. A pesar de mi ruego, todas las heridas y mi
deterioro general, hizo un informe mentiroso y me dio aspirinas ‘para
pasar el mal trago, olvidarme de todo y mirar hacia el futuro’.
Esos meses de permanencia en la Penitenciaría fueron duros,
aislados, con régimen militar, amenazas periódicas de
fusilamientos, interrogatorios con vendas puestas en los ojos y, en
numerosos casos, torturas físicas.4
El
24 de julio de 1976 asumió como Director de la Cárcel el Comisario
José Naman García, y de inmediato nos dieron una golpiza que se
hizo extensiva a los presos comunes. Consistió en sacarnos en grupos
de 20 al patio, donde nos hicieron desnudar y pretendieron hacernos
gritar ‘vivas’ al Proceso. Todo esto acompañado con golpes de
palos, trompadas y puntapiés, incluidas amenazas de muerte. Los que
nos golpeaban eran personal del Ejército y del Servicio
Penitenciario.5
Pero cuentan hechos que
sucedieron en octubre de 2003, en el Pabellón E del Módulo IV de
jóvenes adultos:
217:
Nos pegaban brutalmente. Yo tenía una herida anterior en los
ligamentos y me pegaban especialmente en esa pierna. Pedía que no me
peguen en la espalda, porque tengo asma, y me daban palazos. Ellos
crearon esto.
220:
Los médicos veían cómo nos pegaban mientras estábamos en el piso.
222:
La requisa entró a los tiros. En el patio, nos pisaban y nos pegaban
palazos en las piernas.
225:
Yo me estaba bañando en las duchas, entró la requisa golpeando. No
me puedo ni mover. Me dieron palazos en la espalda, y perdigonadas en
las piernas. Reprimieron sin razón.
227:
Yo estaba en la celda. Empezaron a tirar tiros adentro de la celda,
pegaban palazos. Sentí mucho miedo. Entran gritando, tirando tiros,
pegando en las mesas, provocando terror.
228:
Nos tuvieron un montón de tiempo en el patio haciendo viborita.
Nos contaban varias veces y se equivocaban a propósito para pegarnos
de nuevo.
230:
El martes yo estaba en mi celda, no me sentía bien. Me estaba
atendiendo el Emi
(así
llamaban sus amigos a César Abel Gómez, n. de la a.)
Eran más o menos las 4. De pronto empecé a escuchar tiros, gritos,
entraba la requisa, nos hizo tirar al piso. Yo tengo varios disparos
en el cuerpo, nos pegaban con palos de madera y con las itakas.
Estuvimos tirados en el patio toda la noche. Era la requisa del
módulo IV y de otros módulos. Unos treinta en total.
234:
Vinieron tirando tiros. Nos decían: “Somos diez y ustedes son un
montón”, pero ellos entraron a los tiros. Eran de antimotines y de
requisa, éstos eran los que más pegaban. Con itakas, palos, cascos,
escudos. Algunos estaban encapuchados. Nos ordenaban: “Mirá al
piso”, y después nos molían a patadas.
239:
El domingo me habían sacado el hombro de lugar dos de la requisa. Me
llevaron al hospital. El martes, cuando volvía de Rayos, me pegaron
de nuevo y me sacaron otra vez el hombro de lugar. Me volaron dos
dientes, y me hicieron firmar un acta diciendo que el hombro me lo
había sacado jugando al fútbol. Me amenazaban con que si no
firmaba el acta, no me llevaban al hospital, ni me arreglaban los
dientes.6
César
Abel Gómez falleció un día después. Así se lo contó un
compañero a su madre, en una carta:7
Hola
mamá quería decirte que esta todo bien ahora estoy en el Pabellón
F por una gilada bueno mamá el lunes me llevaron al E, estoy
cumpliendo sanción. Te voy a contar como pasó todo bueno el sábado
se pelio el P. con un pibe bueno fueron sancionados y después bino
la requisa bueno no(s) pegaron un rato y se fuero(n) después
vinieron el domingo despues que se fue pedro debuelta lo mismo bueno
ay me sanciona(n) y volví el lunes estaba todo tranquilo el marte a
las 16.00 de la tarde vino el directo(r) a decirno que se lo sacaba
el venefio (beneficio) de el recreo de que era de las 8 hasta las
22.00 bueno y después los pibes se enojaron y empeso todo a preparar
colchones en la puerta para que no pase la policia eran las 17 bino
la policia y empezo a los tiros y los palaso y se prendieron fuego
los colchones y los pibes corrian de un lado para el otro bueno yo y
otros pibes corrimos para las duchas y otros pibes corrian por las
escaleras pero cobramos igual yo la saque varata comparados a los
demás pibes bueno al otro día los enteramo que emi8
estaba en coma y a la noche nos digieron que avia muerto.
PD.
Bueno mami a pesar de todo estoy bien. se calmó todo por ahora mami
decile a L. que se porte bien y que te cuide a voz sabe te quiero
mucho no te preocupes.
La
percepción del autor de la carta era real, no solo un intento de
tranquilizar a su madre. Después de la barbarie y la muerte, el
pabellón recuperó la calma. El 4 de diciembre, los mismos jóvenes
decían:
157:
Las cosas están tranquilas. Volvimos a reintegrarnos a las 10.
223:
No tengo reclamos. El pabellón está tranquilo.
233:
Las cosas están tranquilas.
Sin
embargo, en el pabellón E, la tranquilidad no dura. El 18
de diciembre de 2003,
otra vez por un motivo prefabricado -una visita especial prometida a
dos hermanos, y negada el mismo día en que los jóvenes la estaban
esperando- se produjo una protesta pacífica, ya que lo único que
solicitaban era ser atendidos por las autoridades del módulo, la que
fue reprimida con gases lacrimógenos, disparos y golpes.9
Como
se vio, en los momentos previos a los ingresos brutales del cuerpo de
requisa, la percepción de los jóvenes es que “las cosas están
tranquilas”. La idea de tranquilidad
está directamente asociada a la de la normalidad.
Es éste un concepto que supone varias interpretaciones dentro del
espacio carcelario. Las Reglas Mínimas para el Tratamiento de los
Reclusos, recogen una de ellas:
Regla
60: El régimen del establecimiento debe tratar de reducir las
diferencias que puedan existir entre la vida en prisión y la vida
libre en cuanto éstas contribuyan a debilitar el sentido de
responsabilidad del recluso o el respeto a la dignidad de su persona.
Este
precepto se reconoce como “principio de normalidad”,10
e implica que la vida de los presos, los contactos con el exterior y
sus posibilidades de desarrollo personal no deberían limitarse más
que lo estrictamente necesario, y que cada una de las acciones que se
efectúan dentro de la cárcel deben estar orientadas a facilitar su
vuelta a la sociedad. Este principio, en lo que a la libertad de los
presos se refiere, supone también que la excesiva reglamentación de
la vida dentro de la prisión impide que se desarrolle la iniciativa
personal y el principio de autonomía, que constituyen la base para
que un sujeto desarrolle su personalidad, aún en las particulares
condiciones del encierro.
Es
obvio que el principio de normalidad, como se acaba de describir,
resulta favorable al respeto de los derechos de los presos. Pero
podría entenderse también que la normalidad que rige al interior de
los pabellones, en este caso el E, y en particular la normalidad
después de la violencia y la muerte, remiten precisamente a la
aceptación de la violencia y la muerte como algo normal, que sucede
afuera
con la misma asiduidad y certeza con que sucede adentro.
Cuando
se produce una muerte, o una requisa particularmente brutal, es
posible que se genere alguna consecuencia –judicial,
administrativa, periodística-. Sin embargo, lo cotidiano de la(s)
violencia(s) resulta aceptado por las víctimas, precisamente porque
esa cotidianeidad termina por naturalizar y tornar aceptable
lo que debería ser
escandaloso.
En
la madrugada del sábado 14 de setiembre de 2002, unos quince
integrantes de la Policía Federal dirigida por el hoy procesado
comisario Roberto Giacomino, en cuatro patrulleros, incluyendo un
móvil que cumplía funciones de prevención
contratado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, detuvieron
ilegalmente a tres jóvenes pobres de 19, 18 y 14 años que buscaban
un remís, les pegaron, les robaron sus pocos pesos, y los tiraron al
Riachuelo, al grito de “Nadá, nadá”. Dos tuvieron la fortuna de
salir. Ezequiel Demonty quedó en el fondo del agua podrida, y murió
ahogado. Su nombre, junto a los de Omar Carrasco, José Luis Cabezas,
María Soledad Morales, Walter Bulacio y tantísimos otros, se
transformó en un emblema adoptado por familiares, barriadas,
colegios, equipos de fútbol, grupos musicales. A partir de cada una
de esas muertes se produjeron cambios profundos. Se terminó con el
Servicio Militar Obligatorio, con el poder de un empresario oscuro y
enigmático, con una dinastía provincial de tipo feudal, con los
edictos policiales…
La
pregunta es acerca del porqué esas vidas debieron ofrendarse en un
sacrificio gratuito, para que recién entonces la sociedad
considerara necesario hacer determinados cambios, o controlar el
accionar de sus fuerzas armadas y de seguridad. Descubren, las
instituciones y la comunidad en conjunto, que no hay un solo Omar
Carrasco, o Ezequiel Demonty, pero después de sus muertes. Cientos
de jóvenes fueron humillados, golpeados o asesinados durante la
vigencia del Servicio Militar Obligatorio, y poco después de la
muerte de Demonty, brotaron testimonios acerca de la costumbre de la
Federal de tirar jóvenes al Riachuelo, a modo de diversión,
venganza o escarmiento. En uno y otro caso, nuevamente se escucha a
funcionarios públicos aclarar que los responsables son manzanas
podridas, casos
aislados, enfermos
mentales, que tanto
mal le hacen a la institución, mayoritariamente conformada por
individuos nobles y respetuosos de la ley. Giacomino fue echado por
corrupto, no por conducir una fuerza que asesina muchachos tirándolos
al río.
Sin
embargo –y el caso de Ezequiel Demonty es transparente en este
sentido-, cada una de las vejaciones producidas por miembros de los
cuerpos de seguridad requiere necesariamente de la complicidad de
compañeros, superiores e inferiores de quien los comete. Y de cada
uno de los que los conocen y callan. En cuanto a las víctimas y sus
familias y amigos, lo que impera es el terror a denunciar, porque
conocen que la impunidad reina, y que las represalias pueden ser
brutales. Abundan los testimonios acerca de los escuadrones de la
muerte que operan hace años en el Conurbano, pero fue necesario que
murieran decenas de chicos en extraños procedimientos, para que se
iniciara una investigación más o menos seria, aunque las muertes se
siguen produciendo. Los apremios ilegales y las torturas en las
cárceles provinciales y federales son cotidianos, pero según un
informe de la Procuración General de la Nación,11
de mil trescientos cincuenta denuncias presentadas en el año 2000 y
el primer semestre de 2001 en los Juzgados de Instrucción de la
Capital Federal, por apremios ilegales y privaciones ilegales de la
libertad, solo hubo una
condena.
Del
mismo modo que las flexiones hasta el desfallecimiento en el Servicio
Militar, los chapuzones en el Riachuelo, o los ingresos a patadas en
las casas de cartón; los golpes y el maltrato en los lugares de
detención se terminan aceptando, normalizándolos.
Un joven, al que se le explicaban sus derechos, ejemplificando con un
“nadie puede pegarte,
ni tratarte mal”,
respondía, como si de un hecho de la naturaleza se tratara: “Ah,
bueno, pero, acá te pegan todo el tiempo”.
Un momento antes, se le había preguntado si tenía algún reclamo
que hacer, y había dicho que no. Es decir, además
de que cotidianamente
le pegan, lo maltratan y lo humillan, no le parece que tenga que
reclamar nada.12
67:
Nos pegan golpes, palazos. En el último bondi13,
al otro día aparecimos todos doblados en las celdas, un par tenía
perdigones en las piernas. ¿Malos tratos verbales? Eso sí,
siempre.14
Evidentemente,
esta normalidad no lo es solo para las víctimas, sino también para
los que aplican la violencia:
Existen
múltiples lecturas de la violencia de las burocracias penales. Es
considerada, en algunos análisis, como un resultado de la
imperfección de las leyes penales que la propician o la toleran;
otros la toman como un producto del funcionamiento defectuoso de las
agencias del sistema penal en tanto burocracias; finalmente, otros
más la ven como una derivación de la perversidad individual de
algunos de sus agentes. Desde nuestra perspectiva, antes que todo
eso, la violencia institucional debe ser analizada como un elemento
que forma parte de las pautas culturales del mundo penal, que no
resulta ni ajena ni extraña a sus agentes, que forma parte de su
lógica de acción, y que estructura muchas de las prácticas de las
agencias del sistema penal. En una palabra, en las burocracias
penales ciertas formas violentas de intervención forman parte del
orden natural de las cosas.15
Precisamente,
esas pautas culturales
del mundo penal se
expresan en la cárcel en toda su brutal intensidad, facilitadas por
el espíritu corporativo y la opacidad de las instituciones de
encierro.
Theodor
Adorno ha desarrollado algunos principios en torno a lo que él
define como la primera obligación de cualquier proyecto educativo:
“la exigencia de que
Auschwitz no se repita”.16
Para ello, dice, es
necesario tener en cuenta que los protagonistas de la sociedad, son
“hoy los mismos que
hace veinticinco años”.17
En la Argentina, el texto de Adorno ha sido resignificado,
sustituyendo “Auschwitz” por “ESMA”,18
porque de lo que se trata es de que el horror, el estado
de excepción del
campo, no se repita. Y, respecto a las burocracias penitenciarias,
los que hoy conducen el Servicio Penitenciario Federal, y el resto de
los servicios penitenciarios, parafraseando a Adorno, son los
mismos: los cadetes y
suboficiales de hace veinticinco, treinta años, son los alcaides,
alcaides mayores, subprefectos, prefectos e inspectores que conducen
las cárceles, y a la institución en su conjunto. Considerando que
la formación de un cuadro del SPF hasta llegar a los cargos de mayor
jerarquía demanda unos veinticinco años desde el ingreso a la
Escuela Penitenciaria, quienes hoy ostentan esos cargos, y cuyas
edades oscilan entre las 45 y 55 años, fueron formados en la Escuela
entre 1976 y 1980. Aún los que ingresaron a finales de la dictadura,
siguieron recibiendo una educación militarizada. Un dato que lo
certifica es que, mientras el Servicio Militar fue obligatorio, a
quienes egresaban como cadetes con el grado de subadjutor de la
Escuela Penitenciaria de la Nación “Doctor Juan José O´Connor”,19
se les exceptuaba de realizar el Servicio Militar, dándoselo por
cumplido con “la capacitación militar” que allí se brindaba. Y
que actualmente se sigue brindando.
Estos
funcionarios, preparados de ese modo, son los que forman a los nuevos
cadetes y suboficiales. Ellos han sido educados en dictadura, en la
educación de la Esma,
y poco se ha hecho en todos estos años para desterrar del SPF, como
del resto de las instituciones militares, lo que Adorno denomina la
“cultura del rigor”:
Recuerdo
que, durante el juicio por los hechos de Auschwitz, el terrible Boger
tuvo un arranque que culminó con un panegírico de la educación
para la disciplina mediante el rigor. Este es necesario para producir
el tipo de hombre que a él le parecía perfecto. El ideal pedagógico
del rigor en que muchos pueden creer sin reflexionar sobre él es
totalmente falso. (...) La ponderada dureza que debe lograr la
educación significa, sencillamente, indiferencia al dolor. Al
respecto, no se distingue demasiado entre dolor propio y ajeno. La
persona dura consigo misma se arroga el derecho de ser dura también
con los demás, y se venga en ellos del dolor cuyas emociones no
puede manifestar, que debe reprimir. Ha llegado el momento de hacer
consciente este mecanismo y de promover una educación que ya no
premie como antes el dolor y la capacidad de soportar los dolores.20
Mucho
se ha dicho acerca del espíritu de cuerpo que campea en las
instituciones militares, o militarizadas. En épocas de dictadura,
violar ese espíritu de cuerpo podía significar la tortura, la
desaparición y la muerte:
En
una de esas noches (en
las que quemaban cuerpos de detenidos, n. de la a.)
comenzaron a presionarme para que tomara parte más activa diciendo
“Este está muy limpito...” También en una oportunidad en el
curso de 1976, cinco policías aparecieron colgados en gancheras por
negarse a colaborar. Era comentario general en la Jefatura que no
habían sido muertos por la subversión como se había hecho público,
sino por sus propios compañeros. En cuanto a los hermanos Voguel
que trabajaban como Oficial y Suboficial de la Dirección de
Investigaciones de la Policía de la Provincia de Buenos Aires
aparecieron muertos. Nos dijeron que (uno) se había ahorcado en la
celda de la Comisaría 4ª. y (que) el otro se suicidó tirándose
del 3º piso de la Jefatura de Policía. Lo cierto es que habían
sido acusados de haber colaborado con la subversión... Cuando quise
solicitar la baja con algunos compañeros, apareció un suboficial
que nos dijo: “No vayan a firmar la baja, aguántense adonde los
manden, porque de civiles no doy ni cinco centavos por ustedes.”21
Mi
esposo se desempeñaba como Oficial Inspector de la Policía Federal
en el departamento de Asuntos Políticos de la Super-Intendencia de
Seguridad Federal. Era un idealista dentro de la Policía, estaba en
contra de la tortura y de todo lo que pudiera ser negociado o trampa.
Su foja de servicios era impecable y a los 25 años ya era Inspector.
Su único error consistió en brindar información a familiares sobre
la desaparición de detenidos. Apenas transcurridos dos días desde
la desaparición de Carlos María... la esposa de un Suboficial de
Policía... me hizo saber que “no lo busque más porque ya lo
mataron”22
Al
poco tiempo de finalizar la dictadura, Elías Neuman manifestaba que
“resulta tan
objetable como sorprendente en la concepción penitenciaria de
nuestros tiempos que una administración penitenciaria tenga carácter
militar o paramilitar...”,23
haciendo notar que, pese a las promesas del gobierno democrático de
desmantelar el aparato represivo, nada se había hecho en ese sentido
con respecto a los servicios penitenciarios. Y se preguntaba:
¿Cómo
comenzó todo esto? Es seguro que Juan José O’Connor, creador del
penitenciarismo institucional en la Argentina, jamás lo hubiese
pensado ni creído. En la década del cincuenta, más precisamente en
1952, 1953 y 1954, la entonces Dirección Nacional de Institutos
Penales desfila los 9 de julio como un batallón más. No extraña
entonces que se entronice en 1955 el (...) Estatuto Penitenciario y
se cree, a la sombra de sus normas, una institución administrativa
paramilitar con sus grados, uniformes, casinos de oficiales y
suboficiales, armamentos y así en avance hasta llegar hoy a poseer
aviones. Bajo el gobierno de facto del general Lanusse pasa a ser una
institución de ‘seguridad social’ parangonable a la policía, y
finalmente, durante el proceso militar, uno de los estamentos de la
llamada lucha contra el terrorismo subversivo. Algunos de los campos
de concentración –a partir del celebérrimo buque Granaderos-
fueron custodiados por ellos. Se sabe que por entonces poseía un
notable servicio de inteligencia que comenzó ocupándose de los
llamados presos políticos, sus abogados y familiares, y terminó por
abarcar a los presos sociales, a sus abogados y también a los
familiares que los visitaban. La necesidad de subsistencia del
Servicio de Inteligencia se extendió a los jueces de las distintas
causas y, finalmente, a los propios funcionarios y guardiacárceles.
Al institucionalizarse el país, se suprimió tal servicio pero el
precedente quedó asentado.24
Los
actuales jefes del penitenciarios no hicieron el Servicio Militar
Obligatorio, pero recibieron formación militar. En sus escuelas,
pese a la derogación del Servicio Militar para el resto de los
ciudadanos, esa formación militar sigue brindándose, incluyendo
todos sus rituales, los que se reproducen en cada cárcel: desfiles,
uniformes, grados. Los horarios que rigen en los establecimientos
penitenciarios comienzan con la “diana”. Y, en los métodos con
los que resocializa a
los jóvenes presos –que tienen la misma edad que los conscriptos
obligados a someterse a rutinas humillantes-, se encuentran varias de
esas prácticas. Las que les enseñaron, las que enseñan, y las que
ejecutan en las personas de los jóvenes presos. Adorno, aunque con
cierto pesimismo, formula su propuesta:
Walter
Benjamin me preguntó cierta vez durante la emigración, cuando yo
viajaba todavía esporádicamente a Alemania, si aún había allí
suficientes esclavos de verdugo que ejecutasen lo que los nazis les
ordenaban. Los había. Pero la pregunta tenía una justificación
profunda. Benjamin percibía que los hombres que ejecutan,
a diferencia de los asesinos de escritorio y de los ideólogos,
actúan en contradicción con sus propios intereses inmediatos; son
asesinos de sí mismos en el momento mismo en que asesinan a los
otros. Temo que las medidas que pudiesen adoptarse en el campo de la
educación, por amplias que fuesen, no impedirían que volviesen a
surgir los asesinos de escritorio. Pero que haya hombres que,
subordinados como esclavos, ejecuten lo que les mandan, con lo que
perpetúan su propia esclavitud y pierden su propia dignidad...
(...), es cosa que la educación y la ilustración pueden impedir en
parte.25
1
En Nota 401/03 SJ y AP, 10/10/03, Procuración Penitenciaria, Expte.
Nº 6402 Anexo.
2
La autora era uno de esos profesionales.
3
El rancho, que a veces se intenta equiparar con una banda
peligrosa a la que es necesario desarmar, significa varias cosas a
la vez: familia, ámbito de pertenencia, cuidado Y también,
explotación de los más débiles, extorsiones, negociación con el
personal penitenciario. Estas características pueden o no
coexistir, y el predominio de unas sobre otras depende de muchos
factores. Entre ellos, y muy significativamente, del tipo de
liderazgo que ejerzan quienes conducen el rancho, de sus
características personales, y de su formación y pertenencia
previas al encierro.
4
Conadep, op. cit., Testimonio de Susana O., Legajo Nº 6891,
pág. 212.
5
Conadep, Ibídem, Testimonio de Pedro Víctor Coria, Legajo
Nº 6917, pág. 213.
6
Los relatos precedentes fueron la base para formular la denuncia
penal efectuada por la Procuración Penitenciaria, ante el Juzgado
Federal en lo Criminal y Correccional Nº 2, Secretaría Nº 4 de
Lomas de Zamora. Juez: Dr. Ferreiro Pella, Secretario, Dr. Leal.
7
Entregada por la madre de C. a la autora, en Noviembre de 2003. En
la trascripción se respetó la redacción original.
8
Se refiere a César Abel Gómez.
9
Lo que motivó la presentación de una nueva denuncia penal de la
Procuración Penitenciaria, ante el Juzgado Federal en lo Criminal y
Correccional Nº 2, Secretaria Nº 5, de Lomas de Zamora: “A
las 0.30 del 19 de diciembre, aproximadamente, se abrió la puerta
lateral del pabellón, asomándose dos integrantes del cuerpo
de
requisa, quienes a continuación tiraron dos bombas de gas
lacrimógeno. El que suscribe vio, en el piso, marcas de color
negro, donde, según los testimonios, cayeron dichas bombas. (...)
Acto seguido, ingresaron, simultáneamente por dos puertas, una al
costado y otra al frente, unos treinta y cinco integrantes del
cuerpo de requisa, disparando tiros y pegando palazos a los nueve
jóvenes que se encontraban fuera de las celdas (...) También se
llevaron, entre golpes, a dos jóvenes que estaban en sus celdas,
pero que protestaron al ver como se estaba castigando a sus
compañeros (...) Una vez que se habían llevado a los once jóvenes,
el cuerpo de requisa volvió a ingresar al pabellón, hizo tirar a
cada uno de los jóvenes al piso dentro de las celdas, gritando y
golpeando las rejas con los palos, haciéndolos desnudar y apagando
las luces.
Los jóvenes entrevistados entregaron un total de 31 (treinta y
un) perdigones de goma, que recolectaron en distintos lugares del
pabellón, producto de los disparos recibidos. Asimismo, pude
constatar en forma personal, numerosas manchas de sangre en el piso
y pared del nivel superior, en particular contra una celda, donde,
según informaron los jóvenes, le habían golpeado la cabeza a una
de las víctimas.”
10
Instituto Interamericano de Derechos Humanos, op .cit., pág.
31.
11
Virginia Messi, “Casi todas las denuncias penales por torturas
terminan en la nada”, Clarín, 14 de enero de 2002.
12
En el marco de la Investigación realizada por la Procuración
Penitenciaria y el Instituto de Investigaciones Gino Germani ya
citada, una de las preguntas era “¿Te sometieron a malos
tratos?” En muchas ocasiones, cuando explicitábamos a qué
nos referíamos con “malos tratos”, los jóvenes encuestados se
asombraban de que los insultos, humillaciones, y las requisas
violentes, además de las palizas, estuvieran incluidos en la
definición, con respuestas del tipo: “Ah, eso sí, todo el
tiempo”, o “Eso sí, normalmente” Quedó claro,
para los investigadores que, si no se hubiera hecho esa aclaración,
las respuestas solo habrían considerado como “maltrato” las
violencias físicas más brutales, pero no los golpes cotidianos, o
la violencia verbal, aceptados como normales, y hasta aceptables.
13
Se refiere al último conflicto ocurrido en el pabellón.
14Daroqui
y otros, op. cit.
15
Josefina Martínez, op. cit., pág. 261.
16
Theodor Adorno, “La educación después de Auschwitz”, en
Consignas, Amorrortu, Buenos Aires, 2003, pág. 80 y ss.
17
El texto aludido fue propalado por radio, el 18 de abril de 1966, es
decir a 25 años de la Segunda Guerra Mundial 1939-1945.
18
José Pablo Feinmann, “Adorno y la Esma I”, Página 12,
30/12/00; y “Adorno y la Esma II”, Página 12, 13/1/01.
19
Véase, para una descripción orgullosa de las instalaciones de la
Escuela Penitenciaría de la Nación, incluyendo su “Patio de
Armas”, el folleto de Jefatura de Ceremonial, Prensa y Relaciones
Públicas del SPF ya citado, pág. 52 y ss.
20
Adorno, op. cit., pág. 88.
21
Conadep, op. cit., Legajo Nº 719, pág. 255.
22
Conadep, op. cit., Legajo Nº 2448, Testimonio de Mónica De
Napoli de Aristegui, pág. 254.
23
Elías Neuman, Encierro carcelario, en: Daniel Barberis
compilador, op. cit. pág. 200.
24
Neuman, op. cit.,
pág. 202 y 203. Cabe aclarar que “el servicio” no ha sido
suspendido. En torno a la continuidad de la “inteligencia
penitenciaria”, en el ámbito del SPF, puede verse en la Guía
Protocolar editada por su área de Relaciones Públicas y Ceremonial
en Febrero de 2004 que, inmediatamente después de la Dirección
Nacional y la Subdirección Nacional, aparece un Departamento
de inteligencia penitenciaria, dentro
de la cual existen, entre otras dependencias, la División
seguridad externa y contrainteligencia,
la División control y lucha antidroga,
la División operaciones especiales y
la División delegaciones.
25
Op. cit. pág. 95.
Capítulo correspondiente a "El dolor como política de tratamiento", Cesaroni Claudia, Fabián Di Plácido, Buenos Aires, 2009.
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