sábado, 3 de agosto de 2013

SOBRE EL DOLOR Y LA SAÑA

La provincia de Mendoza es bella por donde se la mire. Una canción que cantaba Mercedes Sosa describía esa belleza, y una de mis módicas felicidades fue, alguna vez, comprobar que era cierto, que no era lo mismo el otoño allí: 

http://www.youtube.com/watch?v=J85_2bRtiho

Esa provincia bella, o más bien algunas de sus autoridades políticas, varios de sus legisladores/as,  jueces, fiscales y defensores, muchos de sus policías y funcionarios penitenciarios, han cometido una serie de desatinos,  brutalidades y crímenes en los últimos años, enmarcados en una difusa e ineficiente "lucha contra el delito y la inseguridad", que no han provocado más que dolor y saña contra algunas personas: los jóvenes pobres de las barriadas populares, en la calle y en la cárcel. 

La policía de Mendoza desapareció y/o asesinó a Adolfo Garrido, Raúl Baigorria, Christian Guardati y Sebastián Bordón: 

http://www.cidh.oas.org/annualrep/97span/Argentina11.217.htm

El servicio penitenciario de Mendoza mató o dejó morir a decenas de presos, entre ellos, Ricardo David Videla Fernández, a sus 20 años. 
Jueces "de menores" de Mendoza, incluso alguno que se dice zaffaronista, impusieron tres condenas a prisión perpetua a personas que cometieron delitos antes de los 18 años de edad, entre ellos, Ricardo David Videla Fernández. 

http://www.corteidh.or.cr/docs/comunicados/cp_11_13_esp.pdf

Gobernadores de Mendoza, con el apoyo del gobierno federal, construyeron una cárcel en el medio del desierto, lejos de familiares, abogados/as, organizaciones sociales: 

http://www.mdzol.com/nota/230778/

Legisladores/as de varios colores partidarios votaron leyes que determinan el aislamiento de por vida de algunas personas privadas de libertad, construyendo así monstruos irrecuperables: 

http://cepoc-cepoc.blogspot.com.ar/2012/08/carta-abierta-los-senores-y-senoras.html

http://www.legislaturamendoza.gov.ar/?p=2167

Pero parece que no alcanza, en esta guerra iniciada contra el delito, la inseguridad y los monstruos. 
Entonces, ahora, se piensa en aislar y separar a los jóvenes, aún más de lo que ya lo están, construyéndoles una nueva cárcel en el desierto: 

http://www.mdzol.com/mobile/mobile/480747/

En el mes de julio visité una cárcel para jóvenes en La Habana,  Cuba. 






Conversando con los muchachos, les pregunté si estaban cómodos en los pabellones colectivos en los que viven: 




Uno de los jóvenes me dijo, asombrado: "¿En Argentina los muchachos no están todos juntos?" Le respondí que, en general, se veía como positivo que cada uno tuviera su celda individual. Su asombro y el de sus compañeros aumentó, y me dijo que no, que de ninguna manera, que ellos eran compañeros entre sí, que estar juntos les enseñaba a compartir sus alegrías, y a ayudarse cuando estaban tristes o angustiados, que no entendían cómo podía ser bueno estar cada uno en una celda, encerrados y sin poder comunicarse. 

Recordé esto al releer un informe que me tocó hacer en junio de 2005, en el sector de "máxima seguridad" de la cárcel para jóvenes de Mendoza, pocos días antes de la muerte de Ricardo Videla. Los jóvenes que estaban allí, catalogados como especialmente conflictivos,  peligrosos, o difíciles, estaban sometidos a un régimen especial, una de esas normativas creadas para el mal y adornadas por eufemismos: 


Módulo 11 “Alta Seguridad”

Este Módulo se rige por un reglamento especial, Nº 841/05, según nos informa su Jefe (...). Las personas allí alojadas –está dividido en dos alas, de un lado están ocho jóvenes adultos, y del otro, presos mayores de edad-, llegan allí en razón de su mala conducta o de los intentos de fuga, y sufren severas restricciones en sus condiciones de detención: pasan 21 horas encerrados, solo pueden recibir visitas de familiares directos, y no tienen actividades diarias. Es decir, se les imponen las mismas condiciones de vida que si estuvieran castigados, pero en forma permanente. 


Lo que quieren hacer ahora en Mendoza es ocultar aún más a estos jóvenes, llevarlos más lejos y tornarlos más invisibles y monstruosos.  

Quizá se pueda evitar este nuevo crimen. Quizá se puedan escuchar las voces de las pocas organizaciones que se oponen a la idea de que las personas privadas de libertad son basura a la que hay que esconder lejos de la ciudad. Quizá alguien pueda escuchar la voz de uno de los jóvenes que entrevistamos en aquel junio de 2005. Aquel joven tenía 19 años,y contó que unos días antes, al ver que un compañero se había prendido fuego, había gritado pidiendo ayuda, y en castigo lo inyectaron con un sedante, mientras él pedía que por favor no lo hicieran porque anteriormente también lo habían inyectado, y estuvo tres días sin poder levantarse de la cama, y estuvo dos días “tirado”. El relato lo hizo entre llantos, decía que sentía angustia, dolor en el pecho, y que “solamente pienso en mi mamá, sino me ahorcaría. Nadie piensa en mí.”
Ese joven  resumió en una frase lo que era su vida, sometida a un reglamento especial y a la burocracia del dolor. Ese joven, sin saberlo, estaba respondiendo al asombro del joven cubano que, abrazado a su compañero y con una sonrisa plena, me decía que no, que ellos siempre preferían estar juntos, que juntos la vida en el encierro es menos dolorosa. 

Ese joven, con sus 19 años, resumíó libros enteros de criminología, de psicología y de derecho: “Aquí no tenemos apego con nadie. Vivimos solos, uno por celda, nos llenamos de dolor y de rencor”.

Como ha dicho sabiamente el enorme Nils Christie, en el fondo de lo único que deberíamos ocuparnos es de reducir el dolor. Ojalá haya fuerzas en Mendoza para, al menos, no aumentarlo. 


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