sábado, 13 de febrero de 2016

UNA LLAVE Y FABIÁN

Sábado a la mañana, casi mediodía. Tengo que salir a hacer algunos trámites: retirar dinero de la pensión para mi madre, buscar unas valijas que fueron a reparación, etc. Salgo del departamento con las llaves de casa, la llave del auto y el celular en la mano, además de dos bolsas de basura. Guardo la llave del auto (antes se me cae en el pasillo, la levanto), el celular y la llave de casa en el bolsillo delantero de la mochila, bajo los tres pisos, tomo la llave de casa, abro la puerta, cruzo la calle y tiro las dos bolsas de basura en el contenedor. Meto la mano en el bolsillo delantero de la mochila, busco la llave del auto, no la encuentro. En una fracción de segundo, pienso: la tiré con la basura. (Eso es algo que muchas veces pensé que pasaría. Debe de haber una manera para que lo que una piensa que va a pasar, se evite, en vez de que configure una predicción. Creo que se llama psicoanálisis, pero hace rato que no uso) Después me digo, no, no puede ser, quizá me pareció que la levantaba cuando se me cayó, y quedó arriba. Subo los tres pisos, miro en el pasillo, miro en la escalera, bajo, miro en el lugar donde dejan las cartas: no está. Salgo y cruzo la calle de nuevo, abro un poco la tapa del contenedor, miro mis dos bolsas de basura, no veo la llave del auto. Le pregunto a un tipo que está en la puerta de un edificio si es de ahí, para pedirle una escoba. No es. Toco timbre en otro edificio, pero el encargado-tapicero al que conozco porque me hizo varios laburos, no contesta. Es una hora complicada, doce y pico. termina el horario sabatino, debe de ser por eso. Subo de nuevo los tres pisos, tomo agua porque estoy transpirada y nerviosa, me imagino todo lo que deberé hacer por haber perdido la llave. Saco todo de la mochila, por si acaso. No está. Bajo de nuevo con una escoba. Cruzo la calle. Con una mano levanto la tapa, que no se mantiene si no la sostengo. Con la otra, muevo un poco la basura, no encuentro mi llave. Vuelvo a cruzar para mi casa, escoba en mano. Y en eso, veo que llega Fabián en su auto más antiguo que el mío (que es mucho decir). Fabián es el encargado de un edificio de la cuadra a dos o tres de distancia del mío. En el mío no hay encargado -de hecho, yo vivo en lo que originalmente era la portería, en el último piso-, así que Fabián es quien hace las veces de nuestro encargado. Arregla de todo, y en todas los departamentos. Lo conozco desde el año 2000, cuando me mudé aquí, su primer hijo era chiquito, y el mío tenía 7. Cuando no las necesito, le dejo una copia de mis llaves; acudo a él para arreglos menores o mayores como hacer una ventana o pulir los pisos.  Cuando me fui a Panamá se quedó pintando. Lo he dejado con mi hijo cuando era chico. Es de Boca, nos hemos gastado mutuamente. En el ballotage le pedí por favor que votara a Scioli, porque sino peligraba mi trabajo y el de Ernesto. No sé si me hizo caso, me dice que sí.

Entonces, cuando me saluda y para buscando dónde estacionar, me acerco, casi llorando,  le cuento, y le pregunto dónde se hace una llave, si tengo que llevar el auto, tendré que llamar a la grúa, etc.  Me pregunta lo obvio; si revisé bien, si no se me cayó en la escalera. Me dice, riendo: ¿Vos estás bien? No, le digo. El macrismo de mierda me tiene mal. Se ríe de nuevo: Uh, y encima me lo hiciste votar...! Le pegunto si no me ayuda a sostener la tapa del contenedor, para volver a buscar. Claro, me dice. Estaciono y vengo. Vos tranquila. Estaciona, y vuelve. Cruzamos con la escoba. La gente pasa y mira. Me río: Van a venir de Crónica, esto es un sketch. Fabián revisa mis bolsas de basura. Se burla porque hay una botella de vino: Ah, estuviste tomando, con razón. Levanta la tapa más que lo que yo podría, y la deja trabada. Revisa de un lado, revisa del otro. Yo digo, pero no, no puede estar tan abajo. Levanta un montón de cartones, cae polvo, Levanta una bolsa de basura grande. No aparece. Vuelve a decirme: vos, tranquila. Y de pronto, llena de polvo como si estuviera ahí desde el precámbríco, aparece la llave, toda mugrienta, en el último rincón del puto contenedor. Casi lloro de nuevo, pero de alegría y alivio. Sos un capo Fabián, le digo y repito, pero estoy tan emocionada que ni le ofrezco un pañuelito con desinfectante como el que uso yo cuando al fin, después de agradecerle mil veces, y darle un abrazo y un beso, y usar la llave para meterme en el Suzukito, me seco la transpiración, me limpio las manos, y me pongo a llorar un largo, largo rato.

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