El viernes 7, después de casi no dormir, nos levantamos de madrugada, tomamos unos mates, cargamos los cagnolis regalo de Gloria y Marcelo, nuestras mochilas, y nos fuimos a tomar el Metro Línea 4 en la estación cercana a la casa de Graciela: Poblenou, para bajar en Urquinaona y desde allí caminar hasta Plaza Cataluña y tomar el Bus que nos llevaría al Aeropuerto. Todo salió bien, pese a los nervios que tengo siempre en estos casos, y llegamos bien temprano, cuando aun no estaba indicada la puerta donde debíamos embarcar, así que nos fuimos a tomar un café a un bar, para acompañar los cagnolis deliciosos.
Los nervios también eran por el tamaño y peso de nuestras mochilas, pero todo estuvo bien, pasamos sin problemas y al fin tomamos el vuelo a Fiumicino, el aeropuerto de Roma. Yo llevaba mi collar con la foto de Umberto y Ada, la misma que está en la tapa de Pensami e amami, porque uno de mis objetivos de este viaje era recorrer los sitios donde la historia de mi familia había pasado. Dormimos un ratito en el avión y a eso de las diez de la mañana llegamos. Pasamos los controles -no recuerdo si fue allí o en otro vuelo en el que me hicieron un control "aleatorio", que en realidad fueron tres, no sé si tendríamos aspecto sospechoso o qué- y con mi módico italiano, logramos tomar un micro que nos llevara a Termini Estación, para una vez allí ir a departamento que habíamos alquilado por airbnb. Yo, en Fiumicino, ya empecé a sentir la felicidad de estar en la Patria de mi padre.
No fue fácil llegar a nuestra casa. Quizá la persona con quién contacté pensara que teníamos internet en el celular, pero no. Sus indicaciones no fueron claras: nos dijo que tomáramos el colectivo 66 en Termini o el 60 en la Plaza de la República, pero no nos dijo dónde teníamos que bajar. Y sin internet, era imposible saberlo. De casualidad pescamos a una especie de inspector, le dimos la dirección: Ferdinando Martini 20, y nos dijo en qué parada teníamos que bajar. Compramos unas tarjetas válidas para tres días, a 24 euros cada una, y allá fuimos a tomar el 66, nuestro colectivo preferido en el mundo, que terminaba en Carlos Marx. Así comenzamos a guiarnos de modo absolutamente vintage, con un plano de papel en la mano. Nadie, o casi nadie (creo que vimos dos personas en todo el viaje) usa ya planos de papel: nosotros sí, porque andábamos sin internet. Mapa en mano, preguntando y armando recorridos cuando tuviéramos wifi, llegamos a todos lados: a los previstos, y a los que nos topamos precisamente por no tener un itinerario ya marcado por google.
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