http://fiscales.gob.ar/violencia-institucional/la-procuvin-interviene-en-la-preparacion-de-un-protocolo-de-ingreso-de-detenidos/
Me alegra mucho, porque, en efecto, el ingreso a las cárceles es un momento brutal, sobre todo para los más jóvenes.
Me alegra mucho, porque, en efecto, el ingreso a las cárceles es un momento brutal, sobre todo para los más jóvenes.
Comparto un capítulo sobre el tema del ingreso de los jóvenes adultos (18 a 20 años) a las cárceles federales, parte de mi tesis de maestría: "El dolor como política de tratamiento. El caso de los jóvenes adultos presos en cárceles federales", publicado por Fabián Di Plácido Editor en 2009. Los números en los testimonios refieren a cada uno de los jóvenes entrevistados durante dos años, mientras trabajaba en la Procuración Penitenciaria. Esos testimonios fueron la base para escribir la tesis, y el libro:
1.
1. El ingreso
Los jóvenes llegan a las
cárceles federales:
- Porque están en un instituto de menores, y cuando cumplen 18 años, los jueces o tribunales de menores a cuyo cargo se encuentran, ordenan su traslado a la cárcel.1
- Porque tienen entre 18 y 20 años, y son aprehendidos por alguna fuerza de seguridad, imputados de la comisión de un delito, llegando a la cárcel por orden de los jueces respectivos, desde la comisaría o alcaidía donde son alojados inmediatamente después de su detención.
- Porque son trasladados desde una cárcel de otra jurisdicción, a solicitud de los tribunales nacionales o federales de la ciudad de Buenos Aires, o federales de la Provincia de Buenos Aires en los que tramitan sus causas, o para efectuar algún trámite procesal.
- Porque el Instituto de Criminología les dictamina un alojamiento “de máxima seguridad”.2
En
cualquiera de los casos, el primer ingreso se produce en el CPF I.3
Allí, los jóvenes son recibidos con golpes y palizas.4
Si ya estuvieron en una comisaría, se suman a las que les
propinaron allí:
92:
Cuando me detuvieron, la policía me fracturó la mandíbula. Me
sacaron placas dos meses después, cuando la fractura ya estaba
soldada.
192:
Iba con mi cuñado caminando cuando nos detuvo personal de la
Comisaría 48 de Lugano. En la comisaría me pegaron y me hicieron
firmar papeles, acusándome de robo en poblado y en banda. No sé
quién es mi defensor.
Todo
el proceso de detención está acompañado de violencias. Desde los
allanamientos5
y las aprehensiones en la calle hasta los traslados a las comisarías
y la estadía allí. En cada uno de estos actos se aceptan como
normales procedimientos violatorios del derecho a la integridad
física, a la intimidad, al debido proceso, a la defensa en juicio y
al principio de inocencia. Se ingresa a los domicilios de modo
brutal, aunque no haya resistencia. Si la hay, se tira a matar, y
hasta se provocan masacres.6
Se somete a las personas detenidas a diversas humillaciones: se los
insulta y se les pega patadas; se los hace tirar al piso, boca
abajo, durante horas, expuestos al escarnio y la vindicta públicas;
se niega información a familiares y amigos.
Todo esto sucede sin provocar
demasiadas objeciones por parte de los defensores oficiales y
abogados particulares; de instituciones públicas u organizaciones
defensoras de derechos humanos: parece aceptable para todos que el
maltrato a las personas acusadas de cometer algún delito se comience
a producir desde el mismo momento de su aprehensión.
La
violencia continúa en los camiones que transportan a los detenidos
desde las comisarías hasta el CPF I, y aumenta al ingresar al módulo
de tránsito, mientras se los obliga a desnudarse y un médico
constata
si presentan lesiones:
66:
Adelante, en el módulo de ingreso, me recibieron a los golpes.
Primero me vio el médico en las leoneritas,
y después me empezaron a pegar.
65:
Te reciben con palizas en ingreso y en el módulo. Te pegan piñas,
patadas, palos, te verduguean, te hacen acostar en el piso y se te
paran encima y te hacen hacer flexiones con los brazos. Si tenés el
tatuaje de los cinco puntos, 7
te pegan más. Si no te callás y los retrucás es peor. Te dicen:
“Ah, sos cancherito”, y te pegan más.8
No
se trata de una originalidad de las cárceles argentinas. En todas
las instituciones totales se producen estos procedimientos a los que
Goffman denomina “de preparación” o “de programación”,
previos a la clasificación “como
un objeto que puede introducirse en la maquinaria administrativa del
establecimiento, para transformarlo paulatinamente, mediante
operaciones de rutina.”
9
Entre golpe y golpe se les
recuerda dónde están y quién manda allí:
70:
Te dan una paliza. Después te ve el médico, te encierran en ingreso
del Complejo, en un cuartito, hay uno sentado anotando que te dice:
“Dejá las pertenencias”, te hacen desvestir, y te pegan. Son
como cuatro, te dan rodillazos, patadas, piñas. Te dicen: “Acá
vas a andar bien, no vas a hacer quilombo”.
Como
los jóvenes tienen que ser alojados en el módulo especialmente
destinado para ellos, hacia allí se los conduce: se los vuelve a
subir a un camión, y en él recorren unos trescientos metros, hasta
arribar al Módulo IV. Sufren allí una segunda recepción, que
repetirá la brutalidad de la primera si acaso se hubieran mostrado
menos dóciles que lo esperado. Así lo describe Goffman:10
La
primera ocasión en que los miembros del personal instruyen al
interno sobre sus obligaciones de respeto puede estar estructurada de
tal modo que lo incite a la rebeldía o a la aceptación permanentes.
De ahí que estos momentos iniciales de socialización puedan
implicar un “test de obediencia” y hasta una lucha por quebrantar
la voluntad reacia: el interno que se resiste recibe un castigo
inmediato y ostensible cuyo rigor aumenta hasta que se humilla y pide
perdón.
Y lo confirma una víctima:
70:
Si les decís “Pará, no me pegues”, cuando llegás acá (al
Módulo IV de Jóvenes Adultos, n. de la a.)
les dicen “Este es pesado, este es polenta”, y acá te pegan de
vuelta. De todos modos, les digan o no, acá en el Módulo IV te
pegan igual. Mientras tanto, te explican cómo
son las cosas:
que tenés que estar con las manos atrás, mirar a la pared...
Sesenta
años atrás, en la Alemania nazi, en el ingreso a un campo de
concentración se utilizaban similares prácticas para “destruir
la capacidad de resistencia de los adversarios”:
...para
la dirección del campo, el recién llegado era un adversario por
definición, fuera cual fuese la etiqueta que tuviera adjudicada, y
debía ser abatido pronto, antes de que se convirtiese en ejemplo o
en germen de resistencia organizada. En ese sentido los SS tenían
las ideas muy claras y, bajo este aspecto, hay que interpretar todo
el ritual siniestro, distinto de un Lager a otro pero el mismo en
esencia, que acompañaba el ingreso; las patadas y los puñetazos
inmediatos, muchas veces en pleno rostro, la orgía de las órdenes
gritadas con cólera real o fingida, el desnudamiento total, el
afeitado de cabezas, las vestiduras andrajosas. Es difícil precisar
si todos estos detalles fueron proporcionados por algún especialista
o perfeccionados metódicamente basándose en la experiencia. Pero
con toda seguridad, premeditados o no, no casuales: había una
dirección centralizada y se notaba.
11
Por
supuesto, estas recepciones no se brindan solo a los jóvenes. En una
elaboración propia, construida luego de escuchar decenas de relatos
similares a lo largo de años de carrera judicial, Luis Niño
describe esos primeros momentos:
El camión
salió al caer la tarde de la alcaidía de los Tribunales y llegó a
la unidad a las ocho de la noche. Había pasado la tarde en la
"leonera", ese largo y desolado corredor de la alcaidía,
oyendo historias que no quería oír y tratando de concentrarse en lo
que había hablado con su abogado y en lo declarado ante el oficial
del Juzgado, que remplazaba al Juez y al Secretario, muy ocupados en
otras causas. Los que venían de Comisaría como él se quedaron
esperando; los demás pasaron. Las horas también pasaron, y ante la
primera pregunta acerca de qué ocurriría con él, la respuesta no
se hizo esperar: "Usté
es ingreso, espere ahí".
A las dos
de la madrugada vino la revisación. Ahí supo que si uno mira de
frente, llega un bife y una frase: "No
me mires así, mirá para abajo".
Lo demás era previsible: sacarse la ropa, agacharse de frente y de
espalda, mostrarlo todo.
A eso de las cuatro de la
mañana, alguien que dijo ser el Jefe de Turno dispuso a qué
pabellón lo mandaría. Después supo, para su desconcierto, que era
un pabellón de gente de "alta carrera", donde iban a parar
los reincidentes o los imputados de algún hecho pesado. Al llegar,
con la ropa que tenía puesta cuando fue detenido como todo
patrimonio, se enteró que no tenía cama ni colchón. Se recostó en
el suelo hasta que un tipo que resultó ser conocido del barrio le
dio una cama. Después iba a saber que por una cama se pelea, como se
pelea por una hornalla, por un tenedor o por un morrón asado.
También sabría después,
porque le tocó verlo, que a los que no consiguen cama ni colchón,
en muchos pabellones, les queda siempre el suelo, o aguantar
caminando hasta que alguien se levante y le haga el favor de dejar
que se acueste.
Ese mismo
día, un grupo lo rodeó y alguien tiró un cuchillo a sus pies. Uno
lo desafió a pelear. Él nunca había peleado así, en un duelo
criollo, pero intuyó que era preferible no aflojar. Levantó el
arma, venciendo el miedo ante lo absurdo, y murmuró a su desafiante
que estaba bien, que si tenía que matarlo, lo matara, y lo encaró.
Entonces, alguien, con frases que después escucharía muchas veces,
exclamó: "Bueno,
paren, no se pelea entre chorros".
Desde entonces se ganó algún respeto. No era "bravo",
pero al menos "pisaba".
Después
supo que el que no acepta el desafío, o dicho con otras palabras, el
que demuestra que es débil, que "no tiene sangre", el que
queda como un "gil", se adapta al lugar de "mulo"
de otro, generalmente del que lo desafió, o de todo el grupo. Y, en
el mejor de los casos, le resta la tarea de cocinar, de lavar la ropa
para su "padrino" o para todos, de cebarle mate o servirle
la comida en la cama, de llevarle algo calentito a la hora de la
visita, sin contar jamás con el derecho de quedarse a ranchar con
los "chorros de verdad". Pero también pudo presenciar que
a veces la pelea se deja seguir, ya sea a puño limpio o con el
remanido expediente del cuchillo, y que si es así, tal vez se muere
por nada.
12
Luego
de atravesar estos procedimientos los jóvenes, que en su inmensa
mayoría ingresan por primera vez a un establecimiento penitenciario
-aunque traen consigo la experiencia de similares recibimientos en
comisarías e institutos de menores- son entrevistados por un oficial
uniformado que les pregunta cuál es el delito que se les imputa. El
mismo oficial indaga sobre sus situaciones personales –si tienen
familia o no, dónde viven-, sus hábitos –incluyendo la pregunta
de si consumen o no drogas-, y luego decide el lugar donde van a ser
alojados. No se trata del director del módulo, ni del jefe, ni de
personal de tratamiento,
sino
de un oficial de bajo rango, al que por ejemplo, el joven debe
decirle que está imputado de un homicidio (“¿A quién mataste?”,
le preguntará. “A un policía”, podría tener que responder,
sabiendo qué consecuencias sobrevendrán a la confesión); o de un
robo a mano armada, o de un secuestro extorsivo; o de algún delito
asociado al consumo o tráfico de estupefacientes. En ocasiones,
hechos que adquieren una significativa trascendencia en la vida
política, son los que provocan la reacción contra los jóvenes:
9:
Me pegaron cuando ingresé a la Unidad, por el motivo por el que me
detuvieron: aparezco en un video sacándole el arma a un policía en
la plaza... (Se
refiere a los episodios de diciembre de 2001, en Plaza de Mayo, que
culminaron con la caída del ex presidente Fernando De la Rúa)
Luego
de la recepción,
y sin que se le brinde ninguna información sobre sus derechos -tal
como lo disponen la ley 24.66013
y el reglamento de procesados-14
el joven es alojado en el pabellón de ingreso, habitualmente el F.
La falta de información sobre su
nueva situación es un dato muy relevante en el caso de los jóvenes
presos. Desconocer, por ejemplo, qué hechos se consideran
infracción, los pone en riesgo de recibir sanciones:
159:
Me sancionaron por ingresar a la celda de un compañero, pero yo no
sabía que estaba prohibido. En los institutos se puede...
La hipótesis de esta
investigación es que la aplicación del dolor como política de
tratamiento tiene una expresión específica en el caso de los
jóvenes adultos. Una de las particularidades que se pretende
demostrar es que existe un recorrido –que se describirá a
continuación- perfectamente articulado entre la violencia de los
golpes y el consiguiente dolor físico aplicado en determinados
espacios carcelarios, y otro tipo de violencia, que no rompe los
huesos pero también provoca dolor, y que se encubre bajo términos
eufemísticos: son “métodos”, “pedagógicos”, y
“socializadores”.
1
Véase, en Daroqui y otros, op. cit..: Del total de jóvenes
entrevistados en el Módulo IV del CPF I de Ezeiza, (veintisiete),
el ochenta por ciento había estado alojado previamente en
Institutos de Menores.
2
Una vez que una persona es condenada a pena de prisión, en la
cárcel en que se encuentre debe efectuarse una Historia
Criminológica, la que es elevada al Instituto de Criminología,
dependiente de la Dirección General de Régimen Correccional del
Servicio Penitenciario Federal. Este organismo es el que tiene la
decisión última con respecto al lugar donde debe ser alojado para
que cumpla su condena un preso. Sus integrantes jamás han tenido un
contacto personal con el sujeto al que le dictaminan alojamiento “de
máxima”, “de mediana” o “de mínima” seguridad. Como se
indicó más arriba, estas denominaciones no son las que se utilizan
en la ley 24.660, donde se habla de “instituciones abiertas,
semiabiertas y cerradas”, pero les son equivalentes. (Art. 182)
3
Salvo en los casos de condenados o procesados oriundos de la
Provincia de La Pampa, en que el primer alojamiento es la Unidad 30.
4
Daroqui y otros, op. cit.: “El cien por cien de los
jóvenes que ingresan al CPF I denuncian haber sido recibidos con
golpes y malos tratos por parte del personal penitenciario”.
5
Para una descripción de los modos violentos utilizados en los
allanamientos, véase: Josefina Martínez, op. cit.,
pág. 263 y ss.
6
El 17 de setiembre de 1999, un mes después de que el entonces
candidato a gobernador de la provincia de Buenas Aires, Carlos
Ruckauf, dijera que: “Cuando un asesino se tirotee con un
policía, siempre estaré respaldando al efectivo, para que quede
claro que la bala que mató a un asesino es una bala de la sociedad
que está harta de que desalmados maten a mansalva a gente
inocente”, la policía provincial asesinó a tres personas,
al “recuperar” a sangre y fuego una sucursal bancaria de la
ciudad de Ramallo. Para una crónica detallada de la Masacre de
Ramallo, véase: Horacio Cecchi, Mano dura, Colihue,
Buenos Aires, 2000.
7
En la simbología carcelaria, ese tatuaje, consistente en un
cuadrado de cuatro puntos con uno en el medio, significa “matar al
policía”, que es precisamente el punto del medio, rodeado por
cuatro chorros. Generalmente se encuentra en lugares visibles
como manos y brazos, y constituye un claro desafío no solo
dirigido a los policías sino a todas las fuerzas de seguridad,
incluyendo obviamente al personal penitenciario al que también se
lo denomina despectivamente policía o milico: “Es
una especie de promesa personal hecha para conjurar la encerrona de
la que ellos mismos fueron víctimas, me explicaron los pibes,
aunque suelen ser varias las interpretaciones y no hay antropólogo
que haya terminado de rastrear esa práctica tumbera. Ese dibujo
asume que el ladrón que lo posee en algún momento fue sitiado por
las pistolas de la Bonaerense, y que de allí en más se desafía a
vengar su propio destino: el juramento de los cinco puntos tatuados
augura que esa trampa será algún día revertida. El dibujo
pretende que el destino fatal recaiga en el próximo enfrentamiento
sobre el enemigo uniformado acorralado ahora por la fuerza de cuatro
vengadores. Por eso para la policía el mismo signo es señal
inequívoca de antecedentes y suficiente para que el portador sea un
sospechoso, un candidato al calabozo.”, Cristian Alarcón,
Cuando me muera quiero que me toquen cumbia, Norma, Buenos
Aires, 2003, pág. 34.
8
Daroqui y otros, op. cit.
9
Erving Goffman: Internados, Amorrortu, Buenos Aires, 1998,
pág. 29.
10
Ibídem.
11
Primo Levi: Los hundidos y los salvados, Muchnik, Barcelona,
2000, pág. 34.
12
Luis Fernando Niño, Cárceles y derechos humanos, en
Cuadernos de Doctrina y Jurisprudencia Penal, Serie Criminología,
Año I, Nº 1, Ad Hoc, Buenos Aires, 2002.
13
Ley 24.660, art. 66: “A su ingreso al establecimiento el
interno recibirá explicación oral e información escrita acerca
del régimen a que se encontrará sometido, las normas de conducta
que deberá observar, el sistema disciplinario vigente, los medios
autorizados para formular pedidos o presentar quejas y de todo
aquello que sea útil para conocer sus derechos y obligaciones. Si
el interno fuera analfabeto, presentare discapacidad física o
psíquica o no comprendiese el idioma castellano, esa información
se le deberá administrar por persona y medio idóneo”
14
Reglamento General de Procesados, Dto. 303/96, art. 21: “A su
ingreso y bajo constancia el interno recibirá explicación oral e
información escrita acerca del régimen a que se encontrará
sometido, las normas de conducta que deberá observar, el sistema
disciplinario vigente, los medios autorizados para formular pedidos
o presentar quejas, la posibilidad de solicitar su incorporación
anticipada al régimen de ejecución de la pena y de todo aquello
que sea útil para conocer sus derechos y obligaciones. Si el
interno fuera analfabeto, presentare discapacidad física o psíquica
o no comprendiese el idioma castellano, esa información se le
deberá suministrar por persona y medios idóneos”.
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