Mi papá terminó de morirse el 4 de febrero de 1990.
Quizá sea desde entonces que odio los febreros.
Ese día, el mismo en que murió, yo iba con un hombre que amaba a la casa de mi madre, a buscar una carpa para prestarle. Pasamos antes por el sanatorio, y mi padre moría. Lo vi en sus últimos estertores, y después la morfina definitiva, y ya. Al fin cesó el sufrimiento del cáncer y el dolor.
Unos días antes, yo había escrito esto:
Hay recuerdos, papá. Vos -"peladito"- y mamá -no recuerdo ahora, y sé que no hay casualidades ni olvidos inocentes, el apodo de mamá en esas épocas felices-, abrazados, de buen humor y amor y en nuestra casa de Deán Funes: la infinidad de fotos que nos sacabas a Pablo y a mí: en la calle, jugando, en casa, con nuestros juguetes, con la chimenea y el Winco detrás y el viejo Motorola y la mesa vieja y las sillas y sillones de mimbre. Una casa sin puertas, con esas cortinas verdes y pesadas que cerraban las piezas; sin agua en las canillas y mucha del techo cuando llovía. Abajo, Mónica y Cinthia, mis amiguitas. Y un fondo de mugre y escombros y la escalera de piedra y la pileta donde alguna vez hubo caballos, y entonces nosotros, cargando agua.
Los domingos, a casa de los abuelos, vos haciendo el asado, evitando enfrentarte con ese viejo que te despreciaba.
Me traías regalitos: una historieta, un librito de cuentos, golosinas. Un día me porté mal, esperaba con pánico tu llegada: "ya vas a ver cuando llegue tu padre". Vos, una mirada de reproche, un regalo que no me diste. Nada más, y dolió más que una paliza. O cuando me pedías que hiciera algo, o que te alcanzara cualquier cosa. Si no iba enseguida, y de buena gana, tu "dejá, voy yo" sonaba al reto más severo.
Fuimos felices allí, y pobres. Después vino el esfuerzo, la mudanza, mi "enfermedad" de nervios y miedos, en casa de la abuela, y llena de tus notitas y revistas. También me las mandabas cuando me iba a Mar del Plata, llegaban entonces esas cartas largas, escritas en tu trabajo, llenas de bromas y consejos, y ternura.
Tu mano, fuerte y cálida, un día de sol en que salimos a pasear.
Una sensación: turbación, "cosa". Yo estaba acostada en mi pieza. No recuerdo qué edad tenía. Me cubriste la cara de besos, como una corona.
Te amaba. Gozaba estando encima tuyo, jugando juegos tontos, recibiéndote a los gritos cuando por fin llegabas a la noche.
Te ayudé a pintar, en la casa de Zeballos. Era domingo, y escuchamos los partidos. Me admiraba tu prolijidad para marcar con un hilo tirante y tiza, la separación entre la pared y el techo.
Otro domingo, sol y bicicletas, bordeando las vías. Otro, frappes y películas, en esa cocina que hubiera sido tan linda si la mugre y la desidia no la hubieran empezado a afear poco tiempo después de la mudanza y el estreno y la fiesta: ¡sale agua de todas las canillas!!!
Tus discos en '78. También los domingos, algo así como una ceremonia: sacar los álbumes, elegir la voz lejana de Gardel, o alguna sinfonía de Beethoven, o la marcha de los soldados norteamericanos.
También, la vieja colección de Selecciones, y tus poemas, y esa radio marrón que todavía te acompaña.
Una tarde, revolviendo cajas de fotos, descubrí que eras divorciado, y creí que me moría.
Imaginé otras mentiras, por supuesto, me supe adoptada. Después lo hablamos, me enteré de Silvia, de tu vida antes de mamá, Pablo y yo.
A los 15 años, una de esas noches -casi todas- en las que charlábamos en tu cama, te confesé que fumaba. No me retaste: apenas te levantabas, mientras te ponías la primera media, ya te mandabas el primero de los 40 o 50 fasos que te alimentarían este hoy de hospitales, radiografías y tubos de oxígeno. También allí te conté de mi afiliación a la Fede. "A vos te gusta demasiado la libertad", me advertiste.
Otro día, en la terraza, me hablaste del amor, de una puta que te había hecho feliz.
Hubo un tiempo de felicidad también en Zeballos, de olor a tuco los domingos a la mañana, de ensaladas como solo vos las hacías. Dos, tres años.
Después, recuerdos que empiezan a ser amargos. Quisimos ir los cuatro juntos de vacacioens, y para mí esos 15 días están asociados con la bronca, las discusiones por plata, el presupuesto que mamá -siempre tan sensata-,sabía que no alcanzaba, y tus ganas de que una vez, en 20 años, pudiéramos veranear juntos.
Verano del '76. A la vuelta, la deuda, el golpe. Antes, el Rodrigazo, la hiperinflación, seguramente toda la mierda que todavía me era lejana, se metió en tu cama, en la cama tuya y de mamá y provocó aquella discusión de la que salí corriendo, por la que me encerré en mi pieza.
Después llegaste cada vez más tarde, no comiste más con nosotros. Nos quedaba solo ese ratito a la noche.
Me detengo aquí. No quiero volver a llorar con tu llanto, aquella tarde en que se confirmó la separación y la decisión de que yo me quedaba con mamá. No tengo ganas de viajar hasta la Isla Victoria para verte un fin de semana, aunque me encante comer lechuga recién arrancada. No tengo humor para jugar con la perrita Dindy en la casa de la Nonna, ni al póker con vos y Pablo antes del silencio.
No quiero escuchar otra vez, como una bofetada en medio de la alegría, un "¿Te enteraste, papá tiene cáncer?".
No tengo ganas, pá. Ni de verte así. Hubiera elegido para vos un final con menos dolor, y por miedo, o egoísmo, o amor, deseo que esto se termine. Ojalá sepas de mi amor como yo sé del tuyo, ojalá te lo lleves cuando por fin te vayas.
Claudia, 29/1/90.
Hermoso, Claudia...lo leí casi como si fuese mi vivencia. Mi viejo hacía días que no reconocía a nadie, y la oche anterior a la morfina me tiró un:"hola Ale, ¡volviste! Ahora puedo dormirme tranquilo"...esa frase me dió vueltas más de diez años y no pude escribir nada sobre él...dsps escribí varios cuentos, terapia de por medio...saludos y gracias por el texto
ResponderEliminarMe arrancaste lágrimas
ResponderEliminarCuanto amor
Que hermosa carta, Claudia. Mi viejo se murió hace siete años. Y ya empecé a pensar desde los primeros renglones de la carta de "ustedes" en escribile una al mío. Yo desde laprimera adolescencia me llevé para la mierda con el mío. Sin embargo poco antes de que empezara a desvariar, comenzamos a demostrarnos más el amor que nis teníamos. Y después, internado en un geriátrico, yo lo visitaba, mínimo tres ó cuatro veces por semana, ibamos a tomar cerveza con papas fritas, ó yo le preguntaba por su infancia y el me la contaba con lujo de detalles, a veces le leía "Cuentos de la selva" y se iban acercando otros viejitos, viejiyas, cuidadoras y visitas. Já!
ResponderEliminarGracias, Claudia por compartir tu carta.
Eso algo que me empezó a gustar de internet. Uno se empieza a comunicar con genteque tal vez nunca verá en su puta vida. Y aprende y comparte e intercambia ideas con ese otro ú otra. Lo feo ya lo sabemos, cuando empiezan los insultos y las descalificaciones sin argumentos falsas- noticias.
Te mando un abrazo. Tengo tu blog en la pantalla del cel en una carpeta de la pantalla del celular junto con otras noticias en línea y revistas que yo considero serias.
Como suele decir Gerardo Yomal:
"Fratelli tutti
Que no decaiga
Hasta la victoria, siempre
Que no decaiga
Algo vamos a inventar.
Abrazo fratermo y compañero.
Angel Barletta.