lunes, 27 de marzo de 2017

UN DOMINGO DE MARZO EN LA COMISARÍA 11

Son casi las 4 de la tarde, espero a una amiga para tomar unos mates, llega un audio de mi hijo: "Má, Mica está ahí en Río de Janeiro y Díaz Vélez, parece que filmó como se llevaban a un pibe de 13 años y la quieren detener..."

(Mica es la amigahermana de mi hijo, y la tía postiza de mi nieto. Es parte de mi vida, de mi familia ampliada. Es la segunda persona que abracé después de que murió Nati, cuando fui a buscar consuelo a casa de mi hijo, y allí estaba él con Mica y Tiago, otro hijo mío no de sangre, otro amigohermano de Ernesto, otro tío amado de mi nieto




Wasap a Mica, pregunto qué pasa, me explica rápidamente, le digo si quiere que vaya, me dice que todavía no, que hay una abogada de la organización en la que milita.

Llega mi amiga, le pido que me acompañe a ver qué pasa, mientras voy llega otro mensaje del celular de Mica. No lo escribe ella sino un amigo, me avisa que se la quieren llevar, que ella le dio el celular por si acaso, camino más rápido. Otros mensajes: "Dice Mica que no tiene abogada. Venga por favor. Necesita que se presente como abogada". Llegamos, son solo cuatro cuadras. En la esquina, dos patrulleros, uno nuevo de la "Policía de la Ciudad", otro de los viejos federales.

Seis policías, cuatro varones y dos mujeres. Me presento como la abogada de Mica, exijo que me expliquen qué pasa, por qué pretenden detenerla. Me toman los datos, me muestran el acta, una plantilla en la que no se describen hechos, sino figuras penales: "Atentado y resistencia a la autoridad". Quiero sacar una foto del acta, no me lo permiten. Reclamo que me expliquen qué hizo concretamente, qué conducta el reprochan (recuerdo mis épocas de abogada en la Procuración Penitenciaria, todo el tiempo nos llegaban actas por "infracción al artículo" tal por cual del Reglamento de Disciplina, pero no la descripción de los hechos, siempre pedíamos su nulidad, la mayoría de las veces los jueces nos daban la razón. La gente no comete figuras penales, la gente realiza conductas que, si están encuadradas en una figura penal determinada, serán un delito. Pero los policías colocan en esas actas títulos, no hechos. Es un misterio para mí, que no litigo habitualmente, cómo todas esas actas no van a parar al tacho de la basura apenas llegan a un Juzgado)

Intento que me den el teléfono del juzgado de instrucción de turno, el Nº 5, a cargo del juez Manuel de Campos, secretaría de Tamara García. Me lo niegan, me dicen que en la Comisaría me van a informar cuáles hechos se le imputan a Mica. Intento negarme a que la lleven, hasta que llega la "invitación" a subir al patrullero y no hay más alternativas. La llevan. Su amigo, mi amiga y yo vamos caminando.

Llegamos pronto y mientras espero que me dejen verla, comienzo a buscar el número de teléfono del fiscal y del juez, que la policía me seguía negando "por orden del juzgado" (debe de ser que, como ya dije, no litigo habitualmente, y por lo tanto no estoy acostumbrada al absurdo de que, actuando como abogada de una persona ilegalmente detenida, no se me permita comunicarme de inmediato con las autoridades judiciales que ordenaron la privación de su libertad. Si, por ejemplo, a Mica la hubieran golpeado durante la detención, yo, un domingo a la tarde, no tenía cómo hacérselo saber al juez que la tenía bajo su jurisdicción)

Tener ámbitos de militancia y cierta cantidad de años proveen de contactos, y lo único que sirve en estos casos, en los que no funciona ningún tipo de lógica institucional, es la agenda. Entonces, aviso a alguien que me pasa el teléfono de alguien a quien le mando el video que Mica filmó. Ese alguien se lo hace llegar al fiscal que se lo hace llegar al juez, o a su secretaria.

Otra cosa que sirve en estos casos es tuiter y fb, así que subo el video allí, y arrobo a cierta gente: desde CFK hasta compañeros y compañeras que de inmediato viralizan. El video y la denuncia circulan: "Acaban de detener a una militante de la Garganta Poderosa por filmar un procedimiento policial".

La detención ilegal continúa. Pasadas dos horas más o menos, logro entrar a la celda. Antes, había enviado un mensaje a Ale, su mamá, que estaba de vacaciones, y cuya angustia cuando se enterara preocupaba especialmente a Mica (Con Ale nos conocemos desde que nuestrxs hijxs iban a la Escuela Uriburu. Compartimos peleas, cooperadoras, actos, cumpleaños, alegrías, viajes de egresados, preocupaciones, felicidades. Tiene un vivero en la esquina de la escuela, como si no pudiera alejarse demasiado de la Uriburu, donde nuestrxs hijxs fueron tan felices...)

Le dije a Ale que se quedara tranquila, que iba a cuidar de Mica exactamente igual que si se tratara de mi hijo o como si ella estuviera allí.

Llegué a la celda. Nos abrazamos y Mica lloró un rato. Le conté todo lo que estábamos haciendo, le saqué una foto en la que se la ve en toda su belleza, se la mandamos a Ale, le grabó un audio, le dejé papas fritas y jugos que le enviaban sus compañerxs, hablamos un rato de Mauricio, mi nieto, su sobrino amado, nos reímos y me fui.



Empezaron a llegar compañerxs, militantes, dirigentes políticos. Logré comunicarme con la secretaria del Juzgado, después de conseguir por otro alguien el teléfono más secreto que el teléfono rojo (sub 50 quizá no entiendan, gugleen) Tan secreto, que lo primero que me preguntó la secretaria fue cómo lo había conseguido. Las fuentes no se revelan, así que continuamos la conversación, le pregunté cómo era posible que, habiendo tomado conocimiento del video que evidenciaba la mentira policial (a esa altura ya sabía que lo que la policía había transmitido era que Mica había intentado evitar que el pibe de 13 años fuera subido al patrullero, tomándolo del brazo, etc. Una película irreal...), todavía Mica estuviera presa. Se asombró, me dijo que ya estaba ordenada la libertad, que llamaría a la Comisaría.

Volvemos a reclamar. ¿Quién es el Comisario? "No está", nos responde un oficial regordete y burlón. ¿Y el Subcomisario? "Está en un evento". (¿En un cumpleaños, en un casamiento, en un 15? No lo sabremos nunca) Y quién está a cargo? "Yo". (Mentira, nos daríamos cuenta poco después, y yo se lo haría saber a los gritos, a cargo estaba una mujer, recluida en una oficina)

Ya eran las 21.45, Mica llevaba casi seis horas de detención ilegal. Nos decían que solo faltaba que llegara la médica legista, que estaba "detenida por el tráfico en Corrientes". Una médica compañera se ofrece a efectuar la revisión, la policía se niega, pedimos que consulten al juzgado, no lo hacen. Llega Nora Cortiñas, hace rato que afuera hay unas 100 personas reclamando por Mica. Sus amigos de la infancia, su familia, militantes que van llegando.

Entramos a la oficina donde está la autoridad que el policía regordete y burlón había desconocido: Nora Cortiñas, el legislador José Campagnoli, Nacho Levy de la Garganta Poderosa, y yo. Nos quieren echar, nos quedamos, llega la médica del atolladero del tráfico en Corrientes. Aparece el Subcomisario. (Se ve que el evento terminó, o quizá el partido de fútbol, quién sabe es de River ahora que pienso)

Dicen que le tienen que sacar sangre y hacer análisis de orina, nos quejamos, Norita reclama, nos negamos. Pero todo sigue sucediendo detrás de la puerta (finalmente, sangre no le pueden sacar, porque la vena se niega)

Pasa un rato más, esperamos. Y Mica sale. Lo demás, quizá lo vieron: la abrazamos, salimos, se abraza con Norita, con su hermano y su hermana, con sus amigos y amigas.
Amigxs y compañerxs terminamos la noche comiendo pizza y tomando cerveza en su casa.




Conclusiones:
  • Micaela Brambilla (24) estuvo detenida ilegalmente durante 8 horas.
  • Los policías intervinientes en su detención mintieron: le dijeron a las autoridades judiciales que ella había "obstruido un procedimiento policial" y que "había agarrado del brazo al adolescente de 13 años para que no lo pudieran subir al patrullero".
  • Filmar un procedimiento policial en la vía pública es legal, y si las policías no estuvieran haciendo nada malo, no deberían preocuparse por ello.
  • Detener a un niño de 13 años y subirlo a un patrullero, patearle los tobillos para que "se acomode", intentar esposarlo, es ilegal. Un niño de 13 años no es punible, y no debería pasar por ningún dispositivo policial/penal. Ante la posible comisión de un delito, debería intervenir de inmediato el área de protección de derechos de la CABA, no las policías.
  • Armar causas, inventar "atentados y resistencias a la autoridad" como modo de amedrentar a cualquiera que quiera poner un límite al abuso policial, es una práctica habitual de las policías y la mejor manera para evitarlo es juntar la mayor cantidad de pruebas, y preservarlas, cuando estamos en medio de una situación en la que pueda darse alguna forma de violencia estatal.
  • Mica actuó con coraje y sin cálculo alguno. Muchos y muchas (personas, organizaciones) tenemos tantísimo que aprender de su valentía y generosidad.
Claudia Cesaroni
Abogada.
Integrante del Centro de Estudios en Política Criminal y Derechos Humanos (CEPOC), Registro de Casos de Violencia Estatal (ReCaVE) y Argentina No Baja.
Y sobre todo, mamá sustituta de Mica, el domingo 26/3/17 durante la tarde/noche.

lunes, 13 de marzo de 2017

Mi último recital del Indio

Desde ayer domingo que tengo una crónica dando vueltas en mi cabeza.
Ya me olvidé la mitad de las ideas brillantes que había elaborado, y casi la totalidad de la otra mitad ya la dijeron otros y otras, así que lo que escriba será un residuo, suma de lo que quede de mis recuerdos y lo que aún no se haya dicho (o yo no haya leído, escuchado o visto)
Antes, una aclaración: no he sido ni soy una seguidora fiel del Indio Solari. Tengo ¡casettes! de los Redondos, que guardo con otras reliquias, y escuché siempre con gusto sus temas más afines a mis posiciones políticas, pero nada más. Comencé a conocer de otro modo al Indio de la mano de la investigación sobre la Masacre en el Pabellón Séptimo. Ni siquiera recordaba ese tema en particular, en el que toma las palabras de un sobreviviente (Horacio Santantonin), escritas por su abogado Elías Neuman en el libro "Crónica de muertes silenciadas", uno de los libros que iluminaron mi decisión de hacer algo para que ese crimen no quedara impune.



Mucho menos conocía "Toxi taxi", dedicado a su amigo muerto en el Pabellón Séptimo, Luis María Canosa.

"Olavarría" fue el segundo recital del Indio al que fui. El primero fue el de Setiembre de 2013, en el Hipódromo de San Martín, a 50 kilómetros de la Ciudad de Mendoza. Como la felicidad de tener a tu hijo/a en los brazos te hace olvidar de los dolores del parto, el hecho increíble, conmocionante e inesperado de que el Indio me nombrara (bueno, dijo Cefaroni, pero se entendió...), y hablara del libro que recién había editado, e invitara a comprarlo y leerlo para "entender las verdaderas razones de esta masacre", hizo olvidar las más largas horas de congelamiento que haya vivido o que recuerde haber vivido. En Gualeguaychú estuve en la ciudad con un sobreviviente de la Masacre para presentar el libro, pero no estuvimos en el concierto. Vivimos el clima ricotero, repartimos volantes, contamos la historia a quien se interesara, y nos fuímos.

Fui a Olavarría con una "amiga de facebook", en mi auto. Mi hijo iba con sus amigos, en otro. Compañeros y compañeras de trabajo, por su lado. Compañerxs, conocidxs, amigxs, por otros. Gente que quise, gente que quiero, en auto, micro, moto. Gente que no conozco orientándome vía tuiter o fb sobre el mejor camino para llegar (Ruta 3, llena de camiones, pero más corta. Ruta 205/51, menos camiones, pero más larga. Finalmente, optamos por esta)






Llegamos el sábado a Azul a las 4 de la tarde más o menos. Tuiteé y saqué fotos del embotellamiento. Alguien me dijo: "paciencia que te falta poco". Son unos 50 kilómetros hasta Olavarría. Tardé 3 horas, por la ruta 226. Me crucé con un auto lleno de compañeros, alegría, dedos en V, vamooo. Había felicidad, a pesar de la lluvia inquietante (con mi compañera de viaje pensábamos en el barro, en el seguro lodazal que se estaría produciendo en el campo donde se haría el recital, en la incomodidad, en no poder sentarse en el piso, etc), la marcha detenida y kilométrica, las ansias de llegar de una vez.
Primera falla organizativa: pasando Cerro Negro, a poco de arribar a Olavarría, un cartel indicaba que a 3 kilómetros estaba el "Estacionamiento oficial". Sin embargo, veíamos que la gente empezaba a estacionar en el espacio que separa una mano de la otra, sobre la misma ruta. Avanzamos un poco más, y vimos que algunos autos volvían. Preguntamos a alguien: "Es que ya no hay lugar", nos respondió. Entonces, hicimos lo que vimos que todos hacían: dejar el auto. Pensamos que caminar 3 kilómetros no era tan grave. Como a todos lados que voy, quise que me acompañara el reclamo por la libertad de Milagro Sala, y nuestro trabajo militante sobre la Masacre en el Pabellón Séptimo. 









Estacionamos, bajamos, comimos algo. Me encontré milagrosa y amorosamente, entre decenas de miles de personas, con mi hijo y sus amigos. Lo abracé fuerte, hicimos fotos, les doné lo que me quedaba de víveres, me preguntó si estaba borracha, le dije que no, le hice recomendaciones, nos separamos, empezamos a caminar.





¿Qué hizo el Pro? Una aplicación para tu celular.

Al llegar a Olavarría, los celulares dejaron de funcionar. Como no funcionan en una marcha más o menos numerosa, en la CABA. Habrá que pensar en modos de organizarse pre-celulares. A mí, que soy del siglo pasado, me gusta la idea de recuperar la puntualidad de las citas, el respeto a los horarios, los puntos de encuentro fijados de antemano. Pero quizá sea una batalla perdida, y habrá que reclamar más antenas (no sé, técnicamente, si es posible hacerlo en un caso como este, en el que llegan a una ciudad el doble de personas que las que la habitan cada día) O, mejor todavía, que vuelvan los teléfonos públicos, esa antigüedad perdida de un modo que solo se explica por la codicia empresarial. 

Entonces, lo único que había hecho la intendencia de Cambiemos, una aplicación sobre el recital llamada "Indio en Olavarría", no sirvió para nada cuando más falta hacía algún tipo de información. En vez de celulares inútiles podría haber habido carteles, volantes, personas identificadas (no policías, que no hacían falta, porque el clima era de absoluta alegría y fraternidad) que orientaran, puestos con agua fría y caliente, mapas, tachos para la basura, lugares para cargar los celulares y usar wifi, baños químicos, puestos sanitarios. ¿Recuerdan los actos del Bicentenario, o del 25 de mayo de 2015? Algo así.
El Pro y toda su gente no saben organizar nada masivo con servicios gratuitos. No sabe o no le sale o no le importa.

Entonces, Olavarría se transformó en un meadero y un basural a cielo abierto. Ya me imagino las fotos del domingo y el lunes, comentaba yo: miren lo que hacen estos bárbaros. No me imaginé que además morirían dos personas, y todxs nosotrxs seríamos llamados "sobrevivientes".

Entonces, ante la falta absoluta de orientación, la marcha fue siguiendo a los que iban para el lado donde presuntamente estaba el campo La Colmena. Pensábamos que serían los 3 kilómetros del único cartel visto, y comenzamos a caminar. 





Al llegar a una avenida, le preguntamos a un policía que ordenaba un poco el tránsito "3 para allá y después otros 3 para allá", dijo. Eran kilómetros, ya habíamos caminado más de uno. ¿Nos está cargando?, nos preguntamos. No, lamentablemente, aunque sonreía con algo de sorna.

Sacrificarse

Antes del policía, cuando consultamos a qué distancia estaba el campo a algunos de los asistentes, la respuesta era "son varios kilómetros, pero no importa"; y el tono parecía decir "si no lo gusta vaya al teatro a ver a Arjona". Cuando ya llevábamos varios kilómetros hechos, una piba se quejaba del cansancio. La madre le decía "vos sabés que esto es así, si no te gusta, no hubieras venido, no te quejes".
La idea del sacrificio aparece a menudo. En la militancia, también. Recuerdo una consigna que voceábamos en Nicaragua: "Sin una juventud dispuesta al sacrificio, no hay Revolución". Hay decenas así. No juzgo, no analizo. Solo dudo sobre el sentido y la literalidad.

Algo del sacrificio, de bancársela, del aguante. Nos bancamos cualquier cosa en la cancha, en un recital. Hay que mearse encima, o pagar 10 pesos para entrar en un baño inmundo en una casa, si sos mujer (si sos varón, meas en la calle, en las casas, en los parques, donde pinte). Hay que ir a baños inmundos en la cancha. Hay que bancarse los palazos de la policía, antes de entrar a ver a tu equipo, o al salir. Hay que caminar sin saber siquiera cuánto tenés que caminar, ni para qué lado, solo seguir la marea y hacer cosas absurdas como subir a un terraplén escarpado, o atravesar calles angostas, con autos estacionados, puestos de chori y birra a un lado y el otro, para dar vueltas y vueltas y dar a otra calle y a otra más, llena de vendedores de todo lo que se pueda vender con la imagen del Indio o con olor a comida o a alcohol, hasta llegar a otro lugar absurdo donde una fila de gente respetuosa espera poder comprar su entrada de último momento, y unos pibes venden algo que dicen que también es una entrada, sin mucha suerte.

Asfixia

Estuve a punto de morir apretujada o asfixiada varias veces, o eso creo. La primera, en diciembre de 1977, fue en Panamá. Yo estaba en casa de mis tíos, y llevé a mis primos más chicos a ver el estreno de La Guerra de las Galaxias. Casi los pierdo a ellxs, y me aplastan a mí.
La segunda, el día que ganamos el Mundial '78: yo tenía 15 años (era punible para la época, ahora que me doy cuenta), y me fui con mi hermano de 21 al Obelisco, trepada en el Roca desde Bernal. Corrí riesgos en el mismo tren, de caer a las vías, y en algún lugar de la Capital Federal, aplastada contra las rejas de una boca de Subte. Recuerdo el terror y la desesperación. No sé cómo salí de ahí.
La tercera, un día que fui a ver a River con mi hijo chico y un amigo, a la cancha de Vélez. Si River ganaba era campeón, y le ganó 3 a 0 a Ferro. En uno de los goles, nos aplastaron contra el alambrado. Quizá no fue tan grave, pero recuerdo la desesperación por Ernesto y Sebi, y el terror de que les pasara algo.
Y en decenas de marchas aprendí a irme un poco antes que el resto, o a ponerme en un costado, aunque viera o escuchara menos, para evitar la sensación horrible de la falta de aire y el no saber para dónde salir.
El sábado tuve miedo en algunos de los embudos que se hicieron en ese recorrido absurdo entre calles angostas o cuando el amontonamiento se tornaba peligroso. Pero no más que en aquellas ocasiones.
Al llegar finalmente a La Colmena, nos quedamos atrás. Había lugar de sobra. Me había llevado una lonita: si no hubiera habido barro, y sobre todo, si no hubiera hecho ese frío (otra vez, la puta madre) hostil, teníamos lugar para descansar en el piso, sentadas o recostadas.
A las 22, empezó el recital.




El reviente

Entre las cosas que no entiendo (y no porque tenga 54 años, no las entendí nunca), está la necesidad de estar al borde del desmayo por alcohol u otros consumos, para disfrutar. El amor, el sexo, la música, la literatura, la vida social, las prefiero en estado de cierta conciencia, porque la parte de inconciencia precisamente me las brindan el amor, el sexo, la música, la literatura, las carcajadas con amigxs, la militancia.
Pero me sé minoría, al menos el sábado lo era. Y, de entre todos, un grupo hacía cosas como treparse a las estructuras de metal. Cuando el Indio empezó a pedir que se corrieran de la parte de adelante, la gente que rodeaba a los que se subieron a esa especie de torre tubular, les empezó a pedir que se bajaran, quizá entendiendo que el Indio se estaba refiriendo a ellos. Aquí, otra vez, la semejanza con el fútbol. Me vuelvo loca cuando veo a 15 tipos trepados a alambrados, imagino su estado, la imposibilidad de pensar con empatía en los decenas de miles que esperan que se bajen para ver el partido. El sábado llegaron bomberos, personal de seguridad con pecheras amarillas, finalmente, después de mucho protestar, se bajaron.
Recordé una escena similar cuando Cristina se despidió de nosotrxs, el 9 de diciembre de 2015, y un grupo se subió a la Pirámide de Mayo. Me enojan, no soy complaciente en estos casos, me parece de un egoísmo descomunal. Y me pregunto: si uno de esos pibes caía y se partía la cabeza, y se moría, ¿qué responsabilidad podía achacársele al Indio, a centenares de metros de distancia, o incluso a la organización? ¿Cómo prever todas las conductas absurdas, inconcientes, limadas, de un grupo de personas? Leo quejas porque la gente entraba con botellas (yo vi solo latitas), pero creo que no hubo ninguna cabeza rota de un botellazo. Podría haberla habido, tanto adentro como afuera. ¿Y entonces? ¿Prohibimos las botellas? Puede ser, pero no podemos prohibir las estructuras tubulares donde un grupo de tarados se sube.

El recital

Seguimos caminando y llegamos a un sitio lleno de barro sin un solo cartel, pero allá, a lo lejos, se leía "Puertas 1 a 6", así que fuimos, y allí más caminata, hasta que finalmente aparecieron una especie de molinetes, (sin molinetes), y entramos (eran las 21.30 aproximadamente, la hora oficial de inicio del recital) sin que nadie revisara nada. Lo cual, por otra parte, me parece lógico: ¿Cómo y para qué revisar a decenas de miles de personas? ¿Cuál es el problema de que, después de determinada hora, se ingrese sin entrada? ¿No es lo que se hace en los segundos tiempos en los partidos de fútbol, o al menos se hacía en las buenas épocas?
Cuando finalmente entramos, nos quedamos bastante atrás. Un tipo me chocó y me quejé, me dijo que por qué no me iba a un baile de jubilados. Todos los otros que me chocaron y a los que les dije pará, cuidado, fueron más amables o menos sinceros, y se disculparon.
Hacía frío, mucho frío, hasta que por fin el Indio empezó a cantar. Yo esperaba algo: habíamos hecho contacto con él para que dijera algo sobre la baja de edad de punibilidad, y nos había hecho saber que lo haría.
El Indio cantó una, dos, tres canciones. La gente bailaba, cantábamos, nos movíamos ateridas, yo esperaba. Pero lo que vino fue el pedido enojado: llamen a Seguridad, hay gente desmayada, dejen que la saquen. En fin, lo que ya leímos mil veces. Y luego, un recital que para mí fue frío como el frío que sentía. Hasta que, en un momento, comenzó a hablar en otro tono: Primero, llamó a quienes tuvieran más o menos 40 años, a que se acercaran a Abuelas de Plaza de Mayo si tenían alguna duda de su identidad.
Y luego dijo esto:

"... Y por otro lado, pensemos bien lo que está pasando con respecto a los menores. Están buscando bajar la punibilidad de los menores a 14 años. Hay estadísticas que dicen que los asaltos o crímenes cometidos por menores de 14 años son estadísticamente ínfimos. Lo que están haciendo es una locura. Yo pido que piensen en el momento en que los diputados y senadores van a desear hacer estas cosas, porque no corresponde... Los muchachos no nacen malos. El Estado no puede ser penal antes que social. Tiene que socializar primero, y luego pensar penalmente en una criatura."

Para mí, todo el esfuerzo había valido la pena, otra vez.
Pero el recital siguió, el Indio pidiendo una y otra vez que liberaran la cabecera, que se corrieran un paso atrás, otra persona de la organización suplicando lo mismo desde el escenario. Pensamos, en un momento, que se suspendía el recital, dedujimos que no porque eso hubiera sido peor. Siguió, cantó menos que lo previsto, terminó con dos de sus canciones más convocantes, nos fuimos antes del final.

La salida

Salimos tranquilamente, solo atormentadas por el pensamiento de saber que teníamos que repetir los 7 kilómetros con el doble de cansancio y frío que al venir, y con cierto sabor amargo por el clima que se había generado con los pedidos reiterados del Indio.
Alguna foto, un chori reparador. 



Después de hacer más o menos la mitad de camino, conseguí milagrosamente señal para enviar algunos wasap. Compartí con un compañero de Argentina No Baja la alegría porque el Indio había dicho sus palabras sobre los intentos de bajar la edad de punibilidad casi con nuestras palabras.
En la respuesta estaba la preocupación sobre lo que, a esa hora, eran rumores de muertes en el recital. Mi hijo no respondía los mensajes, de ningún tipo. El hijo de mi amiga, tampoco. Al cansancio, el agotamiento, los pies rotos, y el frío, se sumaron el terror de que algo les hubiera pasado.
Seguimos caminando, pensamos hacer dedo, que alguien nos alcanzara hasta el auto. Increíblemente, el que pasó, fue el auto del compañero con el que habíamos comentado lo sucedido. Nos amontonamos, seguimos buscando con nuestros celulares y con la radio del auto alguna información. Telam: siete muertos, cinco de ellos mayores de edad, dos menores de 5 y 7 años. Siete muertos, sin nombre, dos muertos, niños pequeños. El horror.
Después de casi una hora para recorrer diez cuadras, porque filas y filas de pibes y pibas caminando hacia alguna parte, en silencio (entendí, con esas salidas, el concepto de misa...), llegamos al auto.

No se podía salir, hasta que lo hicimos de contramano. Me dormía manejando, paré en una estación de servicio. Y entonces, la noticia de que los muertos no eran 7 sino 2, y que no había niños, sino dos adultos. No sé todavía por qué murieron. Solo tengo claro que sigo sosteniendo lo que dije ayer, después de 8 horas de manejar, cuando llegué finalmente a casa: no crean todo lo que dice la tele. Chequeen. Esperen antes de hacer imputaciones y pedir cárcel o destituciones.
Yo quiero que el inútil de intendente de Olavarría se vaya del cargo gracias a los votos con que lo derrotemos. No estuve de acuerdo con el juicio político a Ibarra luego de Cromañón, no lo estaré si se impulsa el juicio político a Galli, en las antípodas de mi pensamiento y de todo lo que quiero en la vida y en política.

Sobre las consecuencias

Cuando hablamos de la selectividad del sistema penal, podríamos dar como ejemplo la enorme cantidad de contravenciones que sucedieron el sábado y domingo (orinar en la vía pública, hacer choris en cualquier lado, transformar una ruta en un estacionamiento, circular en contramano, falsificar entradas, cobrar en negro miles de cosas, vender alcohol y tomarlo en la calle, tirar basura por doquier, etc.)
Mientras veía todo eso suceder, sabía que a nadie se le ocurriría ponerse a labrar infracciones.
Ahora, a caballo de lo que los medios instalan como "Tragedia", acabo de ver a un señor, supongo que es un fiscal, diciendo que van a investigar "todos los delitos" que se cometieron. Son los momentos en que odio más fuertemente que lo habitual al sistema penal y sus caranchismos.
Después, cuando veo el modo en que lo que sucedió se presenta en algunos medios de comunicación, el odio se reparte en partes iguales.

Lo bello, lo bueno

Hice un viaje ida y vuelta con una compañera a la que no había visto en mi vida, solo a través de fb y de amigxs comunes. Nos reímos, fuimos solidarias, nos contamos vida y obra, hablamos de nuestros amores filiales y de los otros.
Me encontré amorosamente con mi hijo y sus amigos.
Al volver de Olavarría, nos recibió en su casa de Cachari otra "amiga de fb" que se hizo amiga de la vida: Alba nos preparó camas para dormir un rato, nos pudimos bañar, comimos rico, nos recuperamos con termos de mate.




Los celulares no anduvieron la mayor parte del tiempo, pero el corazón sí, y apenas hubo señal preguntamos y preguntaron por nosotras, y nosotras por cada persona querida que andaba por Olavarría. ¿Estás bien? ¿Pudiste salir? ¿Llegaste?, fueron las preguntas que iban y venían.
Vimos gente que ayudaba a otra gente a levantarse del piso, a llegar al lugar correcto. Vimos pibes haciendo un círculo para que una piba pudiera hacer pis en medio del campo. Vimos gente en la puerta de sus casas, orientándonos para poder llegar a destino. Vimos gente emocionada, feliz, conmovida, saltando, cantando.
No sé qué pasará ahora. Temo que nada bueno. Yo creo que le caen al Indio por lo mejor que es, no por todo lo que no funcionó en la organización de este recital, no por las puertas que no alcanzaron, ni siquiera por las dos muertes, que no creo le sean imputables ni siquiera en la mente carancha más afiebrada.
No usé, deliberadamente, ninguna frase de sus temas. Pero para terminar, sí, quiero usar una que repite una amiga y compañera que también estuvo en Olavarría: simple y claramente: si no hay amor, que no haya nada.




Claudia Cesaroni
13 de marzo de 2017